Por Tina Gardella y Lourdes Correa //
“¡No me molestés Chango!”
Le dice Pascual Ibarra a Luis Alberto, su hermano. Así lo relata Luis Alberto Ibarra en la Audiencia. Con esa frase, Pascual le cortaba todo intento de contar lo que le había pasado cuando, en enero del 76, lo secuestran al salir de un curso de oficios que brindaba el CONET (Consejo Nacional de Educación Técnica). Junto a su amigo Carlos Bermegui estudiaban albañilería. Al dirigirse a tomar el colectivo, son secuestrados por militares que se movilizaban en un Ford Falcon. Paco, como era apodado, no militaba en ningún partido político -”Lo sé porque tenía 14 años”- aclara su hermano. En un derrotero que incluye Comisarías y hasta la casa de un Juez en Santiago del Estero y la Jefatura de Policía en Tucumán, su amigo Bermegui muere por los golpes en Santiago y él es trasladado a la Jefatura donde sufre las más crueles torturas… Da cuenta de ello el estado en el que es liberado: sucio, vientre hinchado, marcas en todo el cuerpo, secuelas funcionales en riñones y pulmones. ¿Cómo no preguntar qué pasó? -“No me molestés Chango!”- Pascual Ibarra no dice más. La lista aportada por Clemente sí dice: “liberado” con el orden 109°.
“Me juzgaban por ser peronista”
Así lo manifiesta, Juan Carlos Cáseres. Acompañado por su hija Berta, quien le ayuda en la interpretación, pues tiene problemas de audición, atestigua con sus 87 años encima. Encima tiene también las líneas de fuego de lo padecido. Vivía en Lastenia, Banda del Río Salí, con su esposa y sus dos hijas. Trabajaba en la Dirección de Turismo y Deportes de la Provincia. El 24 de Marzo de 1976 un grupo armado y encapuchado de militares, policías y civiles lo sacó violentamente de su casa a culatazos. Pudo reconocer en ese grupo al “Tuerto” Albornoz. Fue llevado a la Jefatura de Policía. Vendado, esposado, en el piso, sentía los gritos y quejas de muchas personas. Le preguntaban por un tal Romano que supone era el hermano de Benito Romano, histórico dirigente de FOTIA. Cáseres había sido tesorero de FOTIA cuando trabajaba en el Ingenio Concepción y había estado preso en 1971. “Me juzgaban por ser peronista” repite. En agosto de ese año fue liberado en la zona del Parque 9 de Julio. “Cuando yo aparecí no era el mismo. No vivíamos bien, me fui de mi casa y lloraba por mis hijas” agrega a su relato. Había sido cesanteado de su trabajo y el asma lo acompañó por siempre.
“Tranquila, son cuestiones emocionales”
Quien dice la frase es la jueza Noel Costa. Es una respuesta a Hilda Figueroa, quien atestigua y aclara que está disfónica, que justo el día que tiene que testimoniar “extrañamente” se queda sin voz. La acompaña su hijo. La respuesta de la jueza tranquiliza. El relato fluye con detalles y la voz recupera plenitud. Atestigua por el caso 19 del Requerimiento de Elevación del Juicio del Ministerio Público Fiscal por los hechos que perjudicaron a Mario Oscar Russo. En 1976 cursaba la carrera de Abogacía en la Universidad Nacional de Tucumán, pero aclara que a Mario Russo lo había conocido antes, en 1975, fuera de la Facultad, a pesar de que eran compañeros.
No recuerda con exactitud si en Nochebuena o Año Nuevo del 75, junto a Russo se disponía a regresar a Calilegua, Jujuy, de donde es oriunda, querían conocer una fiesta. Lo harían en tren a través de un pase conseguido por amistades cercanas. Pero en la estación de ferrocarril son detenidos por “un chango”, como dice Hilda, con un arma que les pide los documentos y los lleva a una oficina. Luego los trasladan -ya por separado- en un vehículo a la Jefatura de Policía. Tres días después, sin comer, durmiendo en el piso, la mamá de Hilda logró encontrarla y retirarla del CCD. Allí fue cuando logró a lo lejos ver a Mario, Hilda buscaba su mirada, pero no dio resultados. “Estaba deformado, muy golpeado” agrega. Fue la última vez que lo vio.
Es el 24 de Marzo, previo al Golpe, Hilda tomaba el 6 porque le tocaba rendir. En el camino se da cuenta de que estaba sola en el ómnibus, se asusta y va a hablar con el chofer que le dijo que tenía orden de volver a la terminal. Hilda le pidió que por favor la deje cerca de la pensión. Su madre le ordenó que vuelva, nuevamente se mostró rebelde, quería priorizar su estudio, pero su mamá la buscó a los días.
De regreso a Jujuy, a Hilda le esperaba una traumática detención, secuestro y violación en el marco de “La noche del Apagón de Ledesma”.
No recuerda con exactitud si en Nochebuena o Año Nuevo del 75, junto a Russo se disponía a regresar a Calilegua, Jujuy, de donde es oriunda, querían conocer una fiesta. Lo harían en tren a través de un pase conseguido por amistades cercanas. Pero en la estación de ferrocarril son detenidos por “un chango”, como dice Hilda, con un arma que les pide los documentos y los lleva a una oficina. Luego los trasladan -ya por separado- en un vehículo a la Jefatura de Policía. Tres días después, sin comer, durmiendo en el piso, la mamá de Hilda logró encontrarla y retirarla del CCD. Allí fue cuando logró a lo lejos ver a Mario, Hilda buscaba su mirada, pero no dio resultados. “Estaba deformado, muy golpeado” agrega. Fue la última vez que lo vio.
Es el 24 de Marzo, previo al Golpe, Hilda tomaba el 6 porque le tocaba rendir. En el camino se da cuenta de que estaba sola en el ómnibus, se asusta y va a hablar con el chofer que le dijo que tenía orden de volver a la terminal. Hilda le pidió que por favor la deje cerca de la pensión. Su madre le ordenó que vuelva, nuevamente se mostró rebelde, quería priorizar su estudio, pero su mamá la buscó a los días.
De regreso a Jujuy, a Hilda le esperaba una traumática detención, secuestro y violación en el marco de “La noche del Apagón de Ledesma”.
“Bañame porque ya no aguanto más”
FOTOGRAFÍA DE ELENA NICOLAY |
“Nunca quiso hablar mucho de lo que pasó, pero cuando volvió ya no era el mismo”
Así aclara de entrada Jesús Angélica Ibiris. Tiene 77 años y es ama de casa. Su marido, Oscar Osvaldo Zelaya, fue sacado por la fuerza de su domicilio el mismo 24 de marzo del 76 en horas de la madrugada. Vivían en Tafí Viejo junto a sus 7 pequeños hijos. Zelaya era empleado municipal. Angélica relata que después se supo que también habían llevado a Leandro Suter y a Benjamín Terraf que eran compañeros de trabajo de Oscar. En el grupo secuestrador había gente encapuchada y otros no. Su marido le comenta que pudo distinguir a los policías Villarrubia y Jodar. Subidos a un camión del ejército que tenía una cruz roja, son llevados a un lugar desconocido en un principio pero que luego reconocieron como la Escuela –en esa época- de Educación Física (EUDEF) que funcionaba como centro clandestino. Estuvo dos semanas y luego fue llevado a la Brigada de Investigaciones de donde fue liberado. En uno y otro lugar había sufrido todo tipo de maltratos físicos y psicológicos. Cuando lo dejan en libertad y le sacan la venda, pasó un tiempo que aún seguía sin ver. Estaba sucio, barbudo y psicológicamente muy mal. “Ya no era el mismo, ya no era el de antes…”, remata.
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