Por Lourdes Correa //
“Quiero que me entreguen, aunque sea un polvito para redimir y que mi hija despida a su padre”, son las palabras que usa María Eugenia Leone al terminar su testimonio.
Tiene 71 años y es jubilada del Sistema Provincial de Salud (Siprosa). María Eugenia sufre de disfonía espástica, un trastorno que le genera espasmos en los músculos de las cuerdas vocales, el prestar declaración lo potencia. “Estoy muy tensa. Creía que lo tenía más o menos controlado”, dice a modo de disculpa.
FOTOGRAFIA DE LUCIANA FRÌAS |
La fecha del horror es el 28 de mayo de 1976. Eugenia afirma que no la olvidará jamás y relata cuando por la medianoche sintieron golpes en las rejas que rompieron el portón, en ese momento entraron cuatro personas apuntándola con un arma y la tiraron a la cama, luego la encerraron en la habitación —no sin previa amenaza— “Si no viene Emilio las matamos a las dos”. Desde allí, entre llantos y gritos, sentía pasos de mucha gente que circulaba por su casa hasta que lo encontraron y dijeron “Tenés que irte con nosotros”.
Su dolor atraviesa cuando relata que después del secuestro, se quedó sin nada para brindarle a su beba, a consecuencia pasó un postraumático con demencia. Confiesa ante el tribunal que estuvo mucho tiempo enferma y que intentó suicidarse en tres oportunidades.
Lo que vivió su esposo detenido es un misterio, y dónde estuvo secuestrado también lo fue para ella hasta el 11 de septiembre en la audiencia. “¡Infórmeme, por favor!”, suplica cuando le preguntan si tiene conocimiento sobre las listas que Clemente —un ex detenido durante la dictadura militar— entregó y donde figuran los nombres de 293 personas que estuvieron secuestradas en la Jefatura de Policía.
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