Por Josefina Luna//
El pasado martes, a la mañana, en la sala del Tribunal Oral Federal, se dieron a conocer un puñado más de las historias que completan esta megacausa. Durante el transcurso de la mañana declararon tanto víctimas como familiares o testigos.
Julio Rubén Silva fue el tercero de la mañana, fue para dar testimonio de lo que fue su horror. Silva, de 76 años en la actualidad, recuerda a 1976 como su último año de trabajo en el Ingenio San Juan. Allí prestaba servicio de vigilancia.
FOTOGRAFÌA DE LUCIANA FRÌAS |
15 días antes de su secuestro, tuvo una premonición acerca del horror que estaba por vivir. Vio una camioneta extraña circulando con las luces prendidas a las tres de la mañana, justo cuando finalizaba su jornada laboral.
El procedimiento fue parecido al de las demás víctimas: entraron en manada, forzaron la puerta de su domicilio durante la noche, mientras la familia dormía, vendaron y ataron a los demás integrantes, se lo llevaron vendado hasta un auto entre golpes y preguntas. También aprovecharon para robar algunas cosas de valor que guardaba la familia.
Al llegar a la Jefatura dejo de ser Julio, como lo bautizaron sus padres. Tampoco era el “negro”, como lo apodaban sus amigos. Ahora se referían a él como el número 23. Eso era Julio Rubén para ellos: un número más en la larga lista que tenían. Con este mote convivió los siete meses que duró su secuestro, mientras escuchaba cómo todos los días se llevaban a un puñado de otros ‘números’ para luego devolverlos “más muertos que vivos” como recuerda él.
De su tiempo ahí, Silva recuerda el uso de picanas en contra de ellos, agua hirviendo siendo tirada sobre sus cuerpos y el dormir en el piso durante los meses de invierno. Mientras enumera estos acontecimientos se ve como una joven que escuchaba entre el público, en la sala de audiencia seca las lágrimas que le salieron al escuchar a la víctima. No llega a tener 18 años, viste un delantal blanco. Fue, junto a sus compañeras de la Escuela Sarmiento, a presenciar el debate.
Después de enumerar las torturas vividas, relató el momento cuando lo llamaron a hablar con los jefes de Jefatura. Durante el cuestionamiento le preguntaron si era nacionalista. Rubén dijo que orgullosamente que sí. Era parte de la Juventud Peronista, agrupación que recuerda con cariño hasta el día de hoy. Al escucharlo, sus secuestradores dieron con un error en sus cuentas. Rubén no formaba parte de montoneros como ellos creían. Le dijeron que todo fue un ‘malentendido’ y que si no hacía más preguntas lo dejaban en libertad.
El ‘Negro’ fue puesto en libertad el 14 de noviembre a las 21 horas, cerca de la Banda. “Cuando escuchés los autos irse, contá cinco minutos y sacate la venda”, le dijeron, pero él decidió quedarse vendado más tiempo por miedo. Técnicamente, ese momento lo había restituido a su libertad, pero la historia diría algo distinto. Durante los meses siguientes cayó en una depresión severa. Durante la noche no conseguía dormir por miedo a ser uno más de los que volvían y eran llevados de nuevo a los centros clandestinos. El supuesto malentendido le dejó a Julio Rubén Silva una herida que ni el sostén familiar, ni la ayuda de medicamentos pudo subsanar, lo único que lo ayudó a sanar fue el entregar su vida a la fe y a Dios.
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