“No voy a aceptar que se diga que mi
madre y yo hemos sido engañadas, usadas con fines políticos. Mi madre y yo no
somos tontas, tenemos años de lucha”, dice Graciela Ledo al tribunal que juzga a Esteban Sanguinetti y a César
Milani por la desaparición de Alberto
Agapito Ledo, su hermano, cuando hacía el servicio militar en Tucumán,
en junio de 1976.
Mientras sostiene entre las manos los
anteojos de Alberto, Graciela desafía la versión que expusieron ambos
militares. Desde su lugar en la sala, sentado junto a su abogado, el defensor
oficial Edgardo Bertini, Milani
escucha mientras hojea “El escuadrón perdido”, en el que José Luis D’Andrea Mohr, el ex capitán
que fundó el Centro de Militares para la Democracia Argentina relata el
secuestro y desaparición de 129 conscriptos durante la dictadura.
Milani está acusado de cometer los
delitos de encubrimiento y de falsificación ideológica de instrumento público
(el sumario donde se consigna la supuesta deserción del conscripto riojano).
Sanguinetti, que estaba a cargo la Compañía de Ingenieros de Construcciones
donde revistaba Ledo, debe responder por los cargos de homicidio calificado y
privación ilegítima de la libertad del soldado.
Sentado frente a los jueces Gabriel Casas, Juan Carlos Jiménez Montilla y Enrique Lilljedahl (subrogante), Milani insiste en que la acusación en
su contra es “una causa artificialmente armada" con fines políticos, para
perjudicarlo, y que tanto Graciela Ledo como su madre, Marcela Brizuela de
Ledo, fueron manipuladas para llevar adelante sus denuncias.
“Al soldado Ledo no lo vi jamás”, dice
quien fue jefe del Ejército entre 2013 y 2015 y subteniente de esa fuerza en
1976, destinado a Tucumán con el Batallón de Ingenieros de Construcciones 141.
En su exposición antes de que comiencen a pasar lxs testigos en el juicio que
se le sigue en Tucumán, asegura que -desde que asumió
al frente del Ejército, en 2013-, fue blanco de "una feroz campaña, pocas
veces vista, política, mediática y judicial orquestada por miembros de la
oposición (actualmente en el gobierno), por poderes mediáticos que replicaron
todo y por sectores de inteligencia externa e interna que alimentaron todo este
proceso". Encabezan esa supuesta maniobra "los sectores neoliberales
y conservadores que quieren tener un Ejército chico, para una patria
chica".
Sobre el acta en la que figura la
deserción de Ledo sostiene que el documento “fue armado”: “No sé dónde se sacó
esa fotocopia”. El texto, afirma, tiene errores que nunca un subteniente podría
haber cometido porque eran tareas de rutina. Tan rutinarias, que no se acuerda
de haberlo firmado.
Acusa también al fiscal Carlos Brito y al juez Fernando Poviña de haber actuado para
incriminarlo, como parte de esa supuesta persecución política, vinculada con su
nombramiento como jefe del Ejército, y defiende esta postura con el argumento
de que, “desde 1983 hasta 2013 no fui llamado ni citado ni
nombrado en ningún expediente”.
Milani, absuelto en La Rioja en el
juicio por torturas a los hermanos Olivera, ve la mano negra detrás de la campaña
mediática en la figura del senador radical Julio Martínez, con la ayuda de los periodistas Jorge Lanata y Daniel Santoro, a quienes llamó “operadores políticos del grupo
Clarín”.
Sanguinetti, imputado como partícipe de
los delitos de privación ilegítima de la libertad (secuestro) y homicidio
calificado del conscripto Ledo, y retirado con el cargo de coronel, detalló
cuáles eran sus tareas cuando estuvo asignado al Batallón de Ingenieros en
Tucumán, en 1976, en el campamento militar asentado en Monteros. Dijo que es
ingeniero en Construcciones, formado por el Ejército, y que debía ocuparse de
preparar los caminos, con máquinas viales, para la zafra.
Sobre él pesa una acusación más grave:
la de ser responsable del secuestro y homicidio de Ledo. Tres veces salió
Sanguinetti, acompañado por el conscripto riojano, y la tercera vez ya no
volvió, según le relataron a Marcela Brizuela los compañeros de Alberto en el
campamento de Monteros.
Su superior en ese entonces era Osvaldo Pérez Battaglia, él le
informó, dijo Sanguinetti, que Ledo no había vuelto después de una salida. “Una mañana me entero de que estaba faltando un
soldado. Después de tanto tiempo no puedo identificarlo ni describirlo, pero sí
recuerdo que llamé al coronel Pérez Battaglia para avisarle la novedad. Él no
demostró asombro y no se interesó en el asunto. Me dijo que volviera a hablarlo
cuando tuviera novedades”, aseguró.
“Cuando pasaron
cinco días con sus noches (el tiempo que establece el Código de Justicia
Militar) lo volví a llamar para comunicarle que tenía un desertor y que
necesitaba un oficial para labrar el acta”, sostuvo el imputado.
Dijo que pasaban los
días y Pérez Battaglia no le enviaba un oficial actuante, por lo que nombró a
uno y dejó “que el proceso administrativo corriera por sus carriles
normales”.
Los tres años que
lleva preso le sirvieron para pensar y ordenar la información, aseguró. Y en la
prisión llegó a la conclusión de que Pérez Battaglia ya sabía lo que estaba
ocurriendo, que Ledo no había desertado y que no iba a aparecer. Su ex superior
no puede contestar la acusación porque falleció.
Sanguinetti
cuestionó, igual que luego haría Milani, las actas donde figura la falsa
deserción de Ledo. Sus últimas palabras fueron para la madre de Alberto Ledo:
“después de tanto sufrimiento, este debe ser un día de júbilo para ella. Pero
hay una persona que va a festejar mucho más que ella y es el verdadero
responsable de lo que le pasó a Ledo. Ese hombre quedará impune para siempre”.
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