- por Marcos Nahuel Escobar para el Diario del Juicio
PH Elena Nicolay
Gabriel Fernando y Claudia María Costilla prestaron testimonio el jueves 17 en relación al secuestro y desaparición de su padre. Ambos eran pequeñxs en aquel entonces, pero su recuerdo se escucha sólidamente a medida que sus relatos se entrelazan y se fortalecen uno al otro.
Su padre, también llamado Gabriel Fernando, era mecánico en el taller ferroviario de Tafí Viejo. La noche de su secuestro sus hijxs escucharon como golpeaban la puerta hasta derribarla. Gabriel, de pocos años en ese entonces, pudo ver a su madre embarazada ser golpeada en el suelo por uno de los hombres que ingresaron esa noche. “Esa noche no sólo se llevaron a mi padre sino también a mi hermana, que era muy chica en ese momento. Después la dejaron en la casa de mi abuela”.
Su hermana contará su propia versión de la historia, momentos después. “Fue en el año 76. Yo tenía 5 años en ese momento. Mi padre era mecánico en el taller ferroviario, un obrero y militante de la Juventud Peronista. El 21 de enero de ese año entraron a la fuerza a mi casa, vi como la golpeaban a mi madre en el suelo”. La testigo se detiene. La sala entera se detiene. Ella está llorando, consolada solo por la psicóloga que la acompaña y quizás por un leve anhelo de que esta vez se haga justicia. “Me dieron una bolsa de caramelos para que no llorara. Se llevaron todo de la casa, hasta ladrillos, porque estábamos construyendo, y muñecas mías”. Claudia se detiene de nuevo.
Lxs hermanos tienen (o no tienen) un árbol familiar difícil de explicar. Gabriel le relata al tribunal “A mi tía Alicia la secuestraron en febrero, junto con su marido, mi tía estaba embarazada. A mi abuelo Marcos también se lo llevaron. Mi padrino, Vega, también desaparecido. Todos están desaparecidos. A mi papá lo encontraron hace dos años en el Pozo de Vargas. El cuerpo de mi abuelo también fue identificado allí un poco antes”.
Claudia María se esfuerza, se contiene e intenta terminar su historia “A mi papá creo que lo subieron a una camioneta, a mi me pusieron en un Jeep. Estuvimos así un tiempo hasta que escuche un disparo. Después me dejaron en la casa de mis abuelos”. Aquí se termina su relato pero no su historia. No pudo terminar de contar los detalles, ni aportar más a la causa. Claudia debió retirarse del recinto porque no podía continuar. Fue demasiado para ella. Su padre, su abuelo, sus tíos. Llora por todxs ellxs, por ella misma. Llora porque los represores duermen en sus sillas, ni siquiera escuchan a lxs testigos. Llora porque el 22 de enero de 1976, alguno de esos imputados habrá regresado a su casa feliz de llevar una muñeca de regalo para su hijx.
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