- por Marcos Nahuel Escobar para el Diario del Juicio
PH Elena Nicolay
María Eugenia Rosales declaró el jueves 17 de noviembre por la mañana ante el Tribunal Oral Federal de Tucumán. Fue convocada por la Fiscalía para prestar testimonio en relación a la causa en la cual su padre fue víctima, el caso número 206 contenido en este juicio para ser un poco más preciso.
María Eugenia Rosales cuenta su vida previa al secuestro de su padre, el secuestro, los meses posteriores a la desaparición del mismo y el resto de su vida en presencia del vacío que dejó su padre, y en ausencia del cariño de aquellxs quien le dieron la espalda a ella y su hermana por ser “las hijas del zurdito”. Su relato se ordena de manera diacrónica, de manera que el tiempo de su testimonio es distinto al tiempo de la historia.
La testigo comienza por el nudo de la cuestión: “Mi padre era Francisco Próspero Rosales. Mi padre era dirigente sindicalista de la carne y fue secuestrado de mi casa el 29 de noviembre de 1975”. Un microcuento en sí mismo.
Eugenia contará posteriormente la crianza que su padre les dio a ella y su hermana. Cultivadas en un ambiente muy crítico, rodeadas de lecturas y una constante incentivación de la imaginación. La víctima tenía un supermercado en su propia casa, de donde fue secuestrado, otro negocio que era atendido por un empleado y también una característica camioneta roja en la que se movilizaba con su mercadería por Tafí Viejo, de donde era oriundo.
La noche del secuestro, la víctima volvía de una reunión junto con otros delegados del sindicato. Alrededor de las 2 la mañana comenzaron a golpear la puerta violentamente. La testigo oyó a su hermana gritar en la otra habitación al tiempo que sentía como ingresaban alrededor de diez personas armadas vestidas con ropa oscura, quienes se identificaron como miembros de la Policía Federal. “'Buscamos al sindicalista'. Eso fue lo que dijeron cuando mi mamá fue a abrir la puerta. Cuando abrí los ojos vi que tenía un hombre armado al lado de mi cama. Mi padre intentó escapar por el patio de casa pero había gente esperando en los techos. El perro que teníamos quiso defenderlo y lo mataron. A mi hermana la pusieron contra una pared y le golpearon la cabeza contra la pared muy fuerte muchas veces. Buscaron cosas por todos lados, rompieron todo, se llevaron toda la plata que era para pagarle a los proveedores y hasta la camioneta de mi padre, una Chevrolet modelo 70”.
Las tres mujeres corrieron a la calle en busca de socorro, pero ninguno de lxs vecinxs acudió. “Había gente en los techos, no podíamos hacer nada”, les dirán un tiempo después. La madre de la testigo fue a consultar al guardia, que se apostaba en una garita de seguridad ubicada en una de las dos únicas entradas que tenía Tafí Viejo en aquel momento, si había visto algo. Éste contestó que no había visto nada. La esposa de Próspero Rosales pasó 72 hora seguidas buscándolo, hasta que cayó con un pico de presión y un médico debió asistirla.
“Mi mamá fue hasta la Jefatura y preguntó por mi papá. Les dijo si no habían visto un hombre gordo, descalzo en pijamas. Un oficial de bajo rango comenzó a decirle que sí, pero el jefe que estaba hablando con ella lo hizo callar de un grito”.
El día siguiente al secuestro fue nefasto para toda la familia. Los proveedores no dejaron la mercadería, ya que no tenían para pagarles, ni tampoco quisieron fiarles, ya que se habían enterado el motivo de la falta de dinero. La hermana de la testigo debió ir sola a su acto de finalización de la primaria. Durante mucho tiempo continuaron recibiendo “visitas”. Hombres uniformados y de civil ingresaban impunemente a la casa y robaban mercadería y dinero. Rompían ventanas y muebles.
La madre de Eugenia tenía constantes ataques de pánico durante los cuales se escondía debajo de la cama y donde las tres mujeres pasaban horas hasta que consideraban que el peligro había pasado.
La testigo cuenta que años después se enteró que su padre ya había sido detenido durante una semana, exactamente una semana antes de ser secuestrado en su domicilio. Al parecer durante este lapso le informaron que su casa estaba marcada por los libros que poseía, que su camioneta estaba marcada y que él estaba marcado. Próspero Rosales se negó a vender su camioneta.
Durante la secundaria, Eugenia y su hermana sufrieron la discriminación por ser “las hijas del zurdito”. Sumado a la agobiante pobreza en la que la familia se vio envuelta, lxs profesorxs las trataban de manera distinta. Su casa, antes un lugar de encuentro quedó vacía, ya que hasta sus tíos dejaron de visitarlas. “Era como si tuviéramos lepra. Mi padre era muy amiguero. En casa siempre había reuniones, después a la casa no quiso ir nadie. Éramos las hijas del zurdito. En la escuela me arrancaban las hojas del cuaderno porque supuestamente no era posible que yo escribiera todos los cuentos que entregaba. Fue una vida muy dura. Hoy soy docente en la misma escuela en donde estaban estas maestras. Yo agradezco a la democracia, porque me dio la oportunidad de ser docente, de enseñar a los chicos el valor de la democracia, la oportunidad de estar acá, la de poder contar estas cosas.”
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