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Megacausa con tonada santiagueña

  • por Tina Gardella para el Diario del Juicio


Si la realidad no es transparente y hay que develarla, porqué debería serlo la memoria. “Queremos justicia, pero sobre todo queremos verdad”, dice Angelines al traer al recinto judicial las voces ancestrales de ese “hablar santiagueño” de “eses” sibilantes y marcadas, “erres” iniciales, “i” latinas en reemplazo de las “y” griegas,  frases alargadas y arrastradas de suave y dulce… pero firme decir.

Angelines, junto a Juan y a Alicia quienes también atestiguaron en estos inicios de agosto, son parte de una familia desarmada por el dolor. En sus relatos conviven las historias de militancia de sus hermanos/primos, las instancias de secuestro, tortura y muerte en Arsenales, las consultas y trámites familiares, las estafas emocionales de supuestas cartas esperanzadoras, los dichos y las pruebas de quienes compartieron con ellos en algún momento el horror del cautiverio, pero sobre todo, la pesadilla permanente de vivir con la incertidumbre y el miedo que Angelines sintetizó como “el sentir que nosotros también éramos peligrosos, una perversa manera de  hacernos “desaparecer” también a quienes quedábamos de la familia.”

“Queremos justicia, pero sobre todo queremos verdad”… El pedido de Angelines instala a los Juicios de Lesa Humanidad en la dimensión política que supone el pensar, diseñar y construir el futuro. Donde la Justicia y el castigo es una parte importante, pero no la única. Porque hay una dimensión cultural de Memoria y Verdad que tiene que ver con la constitución ontológica y la pregunta colectiva sobre la comunidad que construimos.

Un memoria, verdad y justicia para la tramitación de un dolor que solidariamente excede al vínculo familiar y afectivo (“agradezco en primer lugar el acompañamientos de los organismos de derechos humanos de Santiago del Estero” dice Angelines), reclama por el estatuto cultural alterado (“queremos que nos digan dónde están, a dónde los tiraron, qué hicieron con ellos, queremos darle un enterramiento como nuestra cultura manda”…), exige la reparación social y política familiar (“fue una época de estar no solamente solos, sino también marcados y estigmatizados”) y reclama, con total y absoluta firme tranquilidad “queremos justicia, pero sobre todo queremos verdad.”

Vivimos una historia que se revisa a sí misma; pero no es algo automático y por fuera de las lógicas de la tarea de interpretar el mundo, y por lo tanto de transformarlo. Somos la conciencia histórica de lo que pasó, por lo que los testimonios en instancias de la Megacausa nos coloca a nosotros, a todos, en la tarea de interpretar lo que pasó. Interpretación que, como toda práctica de interpretación, en la medida en que problematiza la inmediatez de lo aparente, introduce las diferencias, devela los enigmas, desnaturaliza lo dado.

Desde Santiago, los testimonios interpelan a quienes recelan o sospechan de todo acontecer que obliga a relacionarnos con la historia abarcativa, es decir lo político.

Bien vale entonces, y a propósito, recordar a Nicolás Casullo cuando hablaba de esta sensación en muchos de pensarse como desenganchados de la historia, como que son cosas que les sucede a otros; Casullo decía que “no hay que tenerle miedo a la historia, a esa historia “para algo”, esa historia “desde algo”; no busquemos el mínimo estado de felicidad que sólo nos garantiza el mercado. Traigamos de nuevo ese mandato de la historia que utopiza porque siempre es un camino hacia…un camino con sentido.”


Caminos que habilita, en sus tantas y múltiples posibilidades, la Megacausa Tucumán, como esa historia que es de todos, en proceso y construcción permanente.

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