- por Gaby Cruz para el Diario del Juicio
Foto: Bruno Cerimele
A nueve meses de haber iniciado el juicio por la Megacausa Jefatura II Arsenales II, los testimonios escuchados no dejan de doler. Cada uno manifiesta el dolor a su manera. Cada sobreviviente lo procesó como pudo. Estas dos últimas semanas dan cuenta de cómo el horror puede ser contado de diferentes formas. Y cómo la propia historia se expone en cada palabra.
El jueves 15 de agosto se escuchó uno de los testimonios, quizás, más esperados. Se trató de una testigo que en el año 2005 no solo fue acusada por “colaborar” y participar de las torturas infringidas a otros secuestrados en el Centro Clandestino de Detención (CCD) Arsenal Miguel de Azcuénaga, sino que, además, estuvo detenida en el penal de mujeres. De esa causa fue sobreseída en el año 2011. Sin embargo, esta mujer declarada inocente por la Justicia, se esforzó en demostrar que sí fue secuestrada el 14 de abril de 1976. Presentó el habeas corpus que presentara su madre en aquellos años. Contó el estado en que fue liberada, “pesaba 38 kg y no tenía dientes”, dijo. SA (su identidad se preserva por ser testigo protegida), fue trasladada al ‘Reformatorio’, donde estuvo desde fines de abril hasta fines de junio. Luego fue trasladada a ‘Arsenales’. “Nos dijeron que íbamos a inaugurar el lugar”, dijo SA “Arsenal era el destino final. De ahí no salías”.
“Los interrogadores sabían más de uno que uno mismo”, afirmó SA que indicó algunos nombres de secuestradores y torturadores. Velardez, oriundo de Tafí Viejo, a Barraza; a Vargas o Varela, al que además le decían ‘Naso’; a Palomo, al que también le llamaban García; a Medina o Moore. Entre sus captores, además, indicó que se encontraban ‘JuanCa’ y ‘Soplete’ García (que decía que vivía en el Barrio Oeste). También indicó entre los interrogadores a Saba o Sabadini y supo que a Godoy le decían el ‘Indio’. Con absoluta certeza dio el apellido López Guerrero, dijo que era un civil y que años después lo reconoció “porque era arquitecto”. Son muchos los testigos que hablaron de los nombres y los seudónimos que usaban los interrogadores torturadores.
Antes de retirarse, pidió al tribunal y a todos los presentes que no la vuelvan a llamar porque no desea “volver a pasar por todo esto”. Dejó claro que se sintió torturada en el 2005 y en esta oportunidad también. Que recordar lo vivido, no le permite seguir adelante. “Quiero seguir con mi vida, espero que no me vuelvan a llamar nunca más”, dijo contundentemente.
Para la declaración de SA se desalojó la sala, tal como lo indica el protocolo de tratamiento a testigos víctimas de delitos sexuales. Según este protocolo es la testigo quien decide si quiere declarar frente a los responsables de sus torturas y el público, o no. El caso de Josefa Oliva, testigo que declaró el jueves 22, paralizó a toda la audiencia. .Josefa no quiso que se aplicara el protocolo de tratamiento a testigos víctimas de delitos sexuales y habló de su propia violación con una crudeza que estremeció a los presentes.
“No me puedo olvidar de todo lo que me han hecho”, dijo Josefa que en un momento pedía permiso al tribunal para mostrar las heridas que le dejaron producto de las torturas. Reponiéndose al llanto una y otra vez habló de los olores que sentía. Pormenorizó cada uno de ellos, pero dejó claro que iba más allá del cuerpo. “Uno estaba podrido en vida cuando estaba ahí metido en ese calvario”, lamentó esta mujer que estuvo secuestrada en la Base Militar instalada en el ex ingenio Santa Lucía. “Eran unos caníbales”, dijo una y otra vez. Y es que quizás pensar en hombres que se devoran hombres es la imagen más cercana con que se puede asociar las atrocidades cometidas. Las violaciones, las torturas, las mutilaciones, la muerte.
Josefa relató cómo Antonio Domingo Bussi asesinó a una mujer después de haber dado a luz. "Si vos hubieras dicho dónde está tu marido no te pasaba esto", le había dicho el genocida a aquella mujer a la que le usurpó su hijo después de matarla. Josefa se mantuvo firme en su declaración, soportó que los abogados de la defensa se rieran y murmuraran mientras ella hablaba. Escuchó que el defensor Facundo Maggio pidiera una evaluación psiquiátrica. Pero lejos de amedrentarla, siguió con su testimonio que solo se interrumpía cuando el llanto la ahogaba y que, con una fuerza impensable, se repuso tantas veces como fue necesario para llegar al final y contar todo lo que vivió.
BM debía declarar a las 9.30 de la mañana. Era la primera testigo que se esperaba escuchar. Era la primera vez que hablaba después de 37 años. Pero la defensa, que evidentemente no tiene mayores recursos que la dilación, nuevamente planteó objeciones contra los fiscales ah hoc. Pero, como suele suceder, los fundamentos de la defensa no logran detener un juicio que, ante todo, es por la verdad y la memoria. Así fue que BM volvió a esperar. Pero a las 15 horas pudo hablar de lo que vivió. “Sobre esta experiencia yo cerré los ojos y bajé una cortina. Me cuesta mucho hablar. Permanecí con miedo durante muchos años”, dijo la testigo que se refirió a esta etapa de su vida como “una experiencia terrible de terror, de sensación de muerte”.
Con las manos apretadas una contra otra, como quien tratara de darse fuerza a sí misma habló de los golpes en su vientre, las picanas, la cama elástica, los gemidos, los llantos, los gritos. BM fue liberada, pero antes le dijeron traerían, en su lugar, a su hermana de 18 años. “Yo me negué”, dijo llorando, “ella no tenía ninguna militancia”. Evidentemente esto era una más de cientos de maneras de torturar desde la perversión más sutil. “Yo soy dueño de tu vida y de tu muerte”, le había dicho ‘Vargas’, uno de los interrogadores que la testigo describió: “era alto, blanco, con un bigote importante y una nariz que destacaba en su rostro”. Esas características coinciden con uno de los imputados al que ya otros testigos indicaron como Luis Orlando Varela. Varela se hacía llamar ‘Vargas’ o ‘Naso’, según afirmaron ya muchos testigos.
Al tiempo que fuera liberada fue llamada para que acuda a una ‘cita de control’. Allí se encontró con ‘Vargas’ que le pidió que se dirigiese a la casa de Luis Eduardo Falú. “Vos creo que tenés tiempo. Andate”, contó BM que le dijo a Lucho. Pero él le respondió que no lo haría, “¿Por qué me llevarían a mí?”, le había respondido. Lucho Falú fue secuestrado el 14 de setiembre de 1976. Fue visto en el Arsenal Miguel de Azcuénaga por muchos testigos. Uno de ellos describió la forma en que Lucho fue asesinado.
“Quiero agradecer al tribunal esta oportunidad que dio”, dijo BM antes de retirarse. Y así, como pudo sostuvo su voz y agregó: “Yo tenía 22 años y muchos sueños que a pesar de todo no pudieron exterminarlos. Mis hijos y mis nietos quizás no tienen el mismo pensamiento que yo hace 40 años, pero esperan un mundo mejor. Yo también”.
El tramo final de este juicio ya empieza a recorrerse. Nueve meses pasaron desde su inicio. Más de 30 años de búsqueda, de lucha, de compromiso. “Ni olvido, ni perdón” no es solo una frase conocida, es una bandera que se sostiene a lo largo de estos años. “Juicio y castigo” es el camino que hoy se recorre. “Cárcel común” es lo que estos genocidas deben cumplir. Porque los crímenes cometidos superan la imaginación de lo perverso. Porque llevaron adelante un exterminio masivo. Porque se creyeron dueños de la vida y de la muerte. Porque los testimonios y los restos identificados demuestran que fueron ladrones, saqueadores, violadores. Asesinos. Y como tales no merecen ni olvido, ni perdón, sino juicio y castigo y cárcel común.
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