- por Javier Sadir de La Palta para el Diario del Juicio
PH Archivo de HIJOS
El olor. Ese que te identifica, te recuerda y te
penetra. “Ese olor en la manos lo tuve hasta que dejé la colimba”, dijo Rubén Alejandro Juárez, un conscripto
que prestó servicios en el Hospital Militar durante el Operativo Independencia.
Recibir cuerpos. Limpiarlos. Esa era parte de su tarea dentro de la cadena de
la muerte. Como si los círculos del infierno hubiesen sido recreados bajo las
lógicas productivas. Matar, limpiar, quemar. Eso se intuyó en la declaración de
Juárez en la audiencia del jueves 26 de mayo de la Megacausa Operativo
Independencia. “‘Aquí queremos machos’ nos decían a los reclutas y nos
empujaban hacia los cuerpos”, contó Juárez y describió el estado de
descomposición que presentaban los cadáveres.
En la audiencia del jueves finalizaron las
declaraciones de los imputados e iniciaron las testimoniales. “Es paradójico que los
vencidos que pretendían imponer a sangre y fuego el socialismo marxista
pretendan juzgar a los vencedores que hoy somos presos políticos”, dijo Jorge
Omar Lazarte, el último imputado en declarar. Dos
testigos, uno de contexto y otro vivencial, que podría considerarse testigo
víctima, siguieron a estas declaraciones y aportaron más que a una causa. A
través de dos testimonios se comprimió el terrorismo de estado y la enorme
estrategia que generó el silencio durante décadas. Se ejemplificó el porqué de
las consignas como “memoria, verdad y justicia” o “nunca más”. Fueron
suficientes para derribar cualquier mito o teoría que justifique el accionar
del estado militar.
De acuerdo a lo reconstruido a través de la audiencia
del jueves, este ensayo del terror no habría sido posible sin la complicidad de
los aparatos de poder como la iglesia católica. Por eso, cuando se habla de
dictadura, muchos aclaran que fue militar, cívica y eclesiástica. Y esto se
fundamentó en la misma audiencia bajo la investigación que realizó el testigo Ariel Lede, sociólogo que analizó los
diarios del obispo Bonamín y pudo dar cuenta, junto a Lucas Bilbao, de la organización de la iglesia católica acompañando
el accionar del ejército argentino. Estos sociólogos analizaron documentación
vinculada al Vicariato Castrense y al rol de este dentro del Operativo
Independencia. Así a través del libro El
profeta del genocidio plasmaron la investigación acerca de lo que se llamó
el apoyo espiritual a las fuerzas armadas en la autodenominada lucha contra la
subversión. “Se pudo comprobar que se puso a disposición los recursos de este
vicariato, incluso aumentando la presencia de capellanes en el territorio, para
poder dar contención psicológica y moral a aquellas personas que torturaban y
secuestraban a la población civil”, explicó el fiscal Agustín Chit.
Estos testimonios no solo dan cuenta de la cadena
productiva del terror, sino que también echan por tierra la teoría conocida
como “de los dos demonios”. Esta teoría considera que en el territorio hubo una
guerra entre dos fuerzas demoníacas: por un lado, la fuerza guerrillera y por
otro, la fuerzas militares. Así, al mejor universo de George Lucas obliga a los
ciudadanos a tomar partida por un lado de la fuerza. Y pone a la misma altura
las responsabilidades del Estado, que debe brindar bienestar y proteger los
derechos de la población. Que niega el grado de inoperancia con el que contaban
reducidos grupos armados en el monte tucumano en comparación con la estrategia
impuesta por imperios económicos como ser Estados Unidos y Francia en
Latinoamérica. Que no diferencia entre la justicia que debe brindar el estado,
ni entre los más de cuatrocientos jóvenes sin identidad al día de hoy, ni entre
los mecanismos ilegales y clandestinos bajo el cual el Estado propició “orden”.
Y que justifica la tortura, la muerte, el terror y las desapariciones.
"Los cuerpos de los soldados eran entregados a la
familias. Los cuerpos de los guerrilleros no sé", explicó el conscripto
Juárez al cerrar su declaración. Al levantarse de la silla se quedó parado
frente al tribunal. Porque, seguramente, toda la crueldad y la morbosidad de su
declaración no fueron suficientes para transmitir lo que realmente fue vivirlo.
Se quedó parado con ganas de seguir contando a esa sala, que registra la
historia, cada uno de los golpes que vio en los cuerpos, cada una de las
vejaciones que vivió con los cuerpos y cada una de las historias que encontró
al limpiar los cuerpos. Se queda parado hasta que, por segunda vez, el
presidente le dice “puede abandonar la sala”.
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