Por Fabiana Cruz para El Diario del Juicio
Roberto
Heriberto Albornoz está acusado como: “autor material de delitos cometidos en
perjuicio de 35 víctimas, como autor mediato por 174 casos de violación de
domicilio, 230 casos de privación ilegítima de la libertad con apremio y/o
vejaciones, 220 casos de aplicación agravada de torturas y 129 casos de
homicidios triplemente agravados. Deberá responder, además, como partícipe
necesario de delitos sexuales en perjuicio de 16 víctimas”.
El día viernes
17 de marzo se escucharon los relatos en el TOF (Tribunal Oral Federal) de
diferentes casos en los que se encuentra directamente implicado Albornoz, quien
se encuentra bajo prisión domiciliaria.
Por
videoconferencia, se escuchó la voz de Benigno Alberto Pereyra desde la
provincia de Tierra del Fuego, un hombre que hoy tiene 60 años y es empleado
público. Él y su tío Ángel Oscar Villavicencio fueron secuestrados durante el
Operativo independencia en el año 1975 en la provincia de Tucumán.
En aquella
época y antes de las circunstancias funestas, Benigno vivía en la localidad de
San Pablo. Su vida fue completamente alterada un día de marzo en el que se
encontraba durmiendo, cuando un conjunto de sujetos ingresó por medio de la
violencia en su domicilio y lo golpeó hasta el cansancio, para luego subirlo a
un vehículo y trasladarlo a lugares, en ese momento, inciertos. Pereyra,
apoyándose en la memoria que iba recobrando de momento, afirmó que quienes lo
detuvieron eran miembros de la Policía Federal y que pudo identificarlos de
inmediato gracias a los uniformes que estos llevaban. Así mismo, expuso que
durante su traslado en el vehículo notó que se hacían paradas cada tanto y que
se cargaban a otras personas en las mismas condiciones que él. De esta manera
fue llevado al entonces Centro Clandestino de Detención (CCD) conocido como La
Escuelita de Famaillá y sometido a vejámenes cotidianos. En aquél lugar, a
pesar la imposibilidad de poder ver a su entorno y agresores, tenía el
pequeñísimo provecho de poder conversar por lo bajo con otras personas
detenidas cuando los militares no se encontraban cerca. Fue así como pudo
advertir mientras hablaba con una de ellas, que se trataba de Ángel, su tío.
“Un cura nos
hacía rezar en La Escuelita”, contaba Benigno. El sacerdote se encargaba de
esparcir la fe, misericordia y arrepentimiento en aquellos espacios colmados de
suplicios incesantes.
Ángel Oscar
Villavicencio es un hombre que fue secuestrado de la misma manera que su
sobrino Benigno y posiblemente entre los mismos días. Ambos compartieron
espacios de detención, por momentos sin saberlo dado que los sometidos a
mortificaciones estaban siempre vendados. Benigno Pereyra contó que cuando fue
trasladado al Penal de Villa Urquiza estaba en calidad de preso común y por lo
tanto podía recibir visitas, entonces fueron sus familiares quienes le
informaron que su tío también se encontraba detenido en el mismo lugar.
Para
complementar el relato de Benigno, cabe destacar la denuncia de Ángel Oscar, en
la que señala la participación protagónica del gran referente en actos represivos
del contexto: Roberto Heriberto Albornoz. El sujeto, fue partícipe en las torturas de la víctima y también le
obligó en la Jefatura de la Policía a firmar un papel sin leerlo, bajo la
amenaza de que si no lo hacía, volvería a La Escuelita, lo cual efectivamente ocurrió
ya que Ángel se negó a hacerlo. Luego fue nuevamente sometido a torturas en el
CCD donde escuchaba también la voz de Albornoz. Como consecuencia de los martirios,
Ángel quedó con un alto grado de sordera y las costillas rotas.
Benigno Pereyra
y Ángel Villavicencio estuvieron detenidos ilegalmente durante ocho años.

Por otro lado y
fuera de la narración de Nélida, la historia de Fermín contiene muchos más
detalles del horror. Fermín militaba en el PRT (Partido Revolucionario de los
Trabajadores) y ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), y fue secuestrado a
golpes mientras trabajaba. Lo mantuvieron bajo tortura en la Jefatura de la
Policía, lugar en el que Albornoz se apropió de sus objetos personales y
también de plata que correspondía a la empresa COOTAM donde trabajaba Fermín.
También estuvo detenido en el penal de Villa Urquiza como preso común y
recibiendo visitas, hasta que volvieron a secuestrarlo de allí para ser
sometido a tratos brutales en la Jefatura de la Policía nuevamente. Luego se lo
llevaron a la escuelita de Famaillá, donde era picaneado sucesivamente y
torturado hasta que perdía el conocimiento. En la escuelita escuchaba los
gritos y alaridos de otras personas, entre ellas muchas mujeres embarazadas que
rogaban por su condición. Los excesos y crueldades eran supervisados por un
médico que controlaba los límites de la resistencia de las víctimas. Además de
los tormentos físicos, sufrió cruelmente la violencia psicológica todos los
días, un ejemplo de ello es la ocasión en la que su padre fue torturado en
frente de él. A Nuñez le mostraron también los cuerpos en mal estado de una
mujer de alrededor de 30 años y un joven de unos 25. Tiempo después, denunció que
sus principales torturadores fueron Albornoz y los policías Carrizo, Figueroa,
Marcote, Hidalgo, Pacheco y Olmos.
Fermín fue
traslado nuevamente a Villa Urquiza y por último al penal de Rawson, estando
así más de 7 años detenido.
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