Por Tina Gardella para el Diario del Juicio
Fiscales y querellantes trabajan en coordinación. Es
probable que representen a estrategias diferentes, pero seguramente comparten
la idea de una justicia no como ley ni como institución jurídica –solamente-,
sino fundamentalmente como el lazo social para la co- existencia con otros.
Esta coordinación ha tenido momentos memorables a lo largo
de este Juicio; sobre todo cuando había que aportar distintos abordajes para
desarmar estrategias discursivas de defensores parapetados en escenarios de
teatralización absurda.
Pero otras instancias, quizás menos evidentes, dan cuenta
no sólo de compartir una misma idea de justicia. Es que se trata de una
justicia situada en un Juicio de Lesa Humanidad. Ni más ni menos. Con testigos.
Con testigos víctimas. Con pasados silenciados. Con presentes sitiados.
Los fiscales preguntan por los hechos. Por las relaciones
con los hechos. Por los escenarios de los hechos. Piden una narración. Que se
identifiquen vestimentas, autos, armas, órdenes de detención, lugares de
cautiverio.
Los querellantes preguntan –entre otras cosas- por los
nombres. Del padre, de la madre, de su hermano, de su hermana…De lo contextual
del terror a la interioridad del pavor. Como si los nombres familiares fueran
la forma de instalar el propio nombre para le escena del juicio y también para
sí mismo, para sí misma.
La testigo, el testigo, se construyen como tal desde el
momento que responden al requerimiento del Presidente del Tribunal: “díganos su
nombre por favor…” Pero por fuera de la escena del juicio son, desde mucho
antes, una historia, una identidad: un nombre.
Así van sembrando identidades los nombres propios -todos
hermosos, epocales, identitarios-, mientras se desarrolla el Juicio del
Operativo Independencia. Desfilan las flores Hortensia, Margarita, Rosa,
Jacinta…los cálidos nombres de María, Adela, Carmen, Juana, Marta, Irma, Olga,
Blanca, Ema, Nilda, Sara, Berta…mezclados con los Juan, Ricardo, José,
Fernando, Ramón, Ernesto, Domingo, Hugo, Carlos, Rolando, Víctor, Julio…
Con sus nombres y desde sus nombres, dan testimonio, construyen
y re construyen historias, se exponen a “mostrar” para “demostrar”. Y si bien
las preguntas de fiscales y querellantes crean las condiciones para habilitar
la palabra testimonial que repara –más allá de su carácter de prueba jurídica-,
también permiten y saben que hay un
derecho al silencio porque son los testigos, las víctimas las absolutas dueñas
de sus recuerdos y de sus olvidos.
A las situaciones traumáticas por las situaciones de terror
que pasaron los testigos y las víctimas, no le bastan sin embargo la narración
de los hechos como testimonio jurídico. Muchos más si consideramos que estas
situaciones traumáticas individuales son también colectivas y que el pasado se
construye desde el presente, atravesado por la experiencia del presente. Es
como si desde el presente se fuera al encuentro del pasado y como si se tomara
por asalto al presente desde ese pasado.
Por eso es tan importante que se conjugue lo individual y
lo colectivo. Que haya un nombre, una singularidad como lo más universal que
puede haber, que la testigo, que el testigo lo diga, se nombre con su nombre y
desde su nombre, que sea una oportunidad de re apropiarse de su historia, que
sea un grito hacia esa sociedad que sigue duramente tratando de hacerse cargo
de las consecuencias de la experiencia atroz de quienes se nombran en la escena
del juicio.
Se acerca la etapa de los alegatos. Como actores
fundamentales del andamiaje jurídico, los fiscales y querellantes darán
cuenta de la prueba jurídica que
aportaron los testimonios.
Pero indudablemente
también darán cuenta de las condiciones de producción que fueron capaces de
construir para quebrar ese abandono
moral que tantos testigos y víctimas pueden haber sentido y sufrido con tantos
años silenciados, con tantas décadas olvidadas. No hay dudas que así será.
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