- por Fernanda Rotondo estudiante de Cs. de la Comunicación para el Diario del Juicio
El jueves 22 de agosto J. N. O. dio uno de
los testimonios más espectrales en materia de delitos sexuales. Después de 37
años de haberse permitido y obligado a callar, confiesa: “Ya estaba ultrajada,
ya estaba hecha un trapo viejo”,
“dejaron desecha mi vida”…Como un eco,
lo repite innumerables veces
hasta caer en las lágrimas.
Aun con la difícil cuestión de cargar con
cada palabra y cada instante vivido durante su desaparición, la víctima pide
que no se aplique el protocolo de desalojo de sala y se dispone a contar
imágenes que todavía no la abandonan.
J. N. de la localidad de Yacuchina, tenía
20 años y trabajaba pelando caña al momento de ser secuestrada junto a otras
personas entre 1975 y 1976. Relata haber sido atada y
lanzada arriba de un camión y añade: “te pillaban de la cabeza y de los pies y
te tiraban, no importa si eras su padre o su madre”. En primera
instancia fue llevada a una casa de madera en Santa Lucía y recuerda
haber estado en un cuartito junto a muchas otras personas, donde sufrió las más infames violaciones y amenazas.
Relata que uno de los métodos de tortura
a los cuales eran sometidos, además de las violaciones y la picana eléctrica
fue “el submarino”, el cual consistía en meterlos de cabeza en tachos de muchos
litros de agua y gasoil. Reconoce la situación del “Mocho Rivero” de 15 o 16
años, con quien trabajaba en el cercado de Yacuchina. Era quien le pedía ayuda hasta el cansancio
mientras recibía golpes y reiteradas torturas
con picana eléctrica hasta la muerte.
J. señala haber sido trasladada a Jefatura
de Policía donde estuvo en un calabozo rodeada de otras “jaulas” con personas
adentro. En ese lugar recuerda haber
curado y atendido a una mujer embarazada
que torturaron tirándole ácido en su estomago. “Se le desgarraba la carne y el
espíritu, sin ni siquiera tener agua para subsistir. Ni una gota de nada” –
decía. La secuestrada madre tuvo a su
bebe por el terrible agujero en su estómago a causa del ácido y luego fue
sentenciada a una rápida muerte en manos de Antonio Bussi. Recalca que
no sabe donde fue a parar ese bebe recién nacido.
“Los
gritos de los que llevan el dolor adentro, están siempre presentes…a tu alma no
la tienes contigo”. Sonidos que no renuncian y la injusticia de quien no puede
ayudar ni ser ayudado ya que todos corrían la misma suerte.
Las sensaciones descriptas por la testigo
se sintieron muy cercanas y vivas…para quienes asistíamos ese día.
La mujer confiesa haber presenciado la muerte
de muchos de los que se encontraban en cautiverio y la forma en cual la
personería militar se deshacía de los cuerpos. “Eran tirados desde un avión a
los cerros yacuchinos o quemados”. Señala a Antonio Bussi como el
responsable de las muertes de muchos de los hombres y mujeres secuestrados.
“El
único que no me ha abandonado ha sido Dios” repite. Luego de haber sido lanzada
de un puente, es llevada al hospital de
Monteros y luego al de San Miguel de Tucumán donde se la trata por la descompensación
generalizada y las secuelas de la tortura.
Ese
calvario injustificado donde los militares se apropiaron del alma de las
personas como si fueran omnipotentes le dejaron esa sensación de sentirse
invadida por dentro. Aun así hace
especial hincapié en la decisión de Dios de dejarla vivir.
La testigo J. N. O. se retiró con el
aplauso de la gente, dejando una pieza de justicia y alivio que le servirá al
tribunal para elaborar su veredicto.
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