- por Tina Gardella para el Diario del Juicio
Han hablado los imputados y han
alegado las querellas.
Han hablado los imputados para
certificar una vez más, que detrás de lo terrorífico acontecido no se encuentra
la fatalidad sino una estrategia deliberada, y como tal, negada.
Y han hablado las querellas para
exponer las razones de sus pedidos de condenas. Han sido jurídicamente
solventes, históricamente precisas y
políticamente acertadas.
Pero además han agradecido y
destacado, el valor del testimonio; valor desde lo jurídico, desde lo
histórico, desde lo político; el valor de ese decir de hombres y mujeres que,
cargando su historia y la de quienes no están, dieron cuenta de lo sucedido, en
palabra y acto.
El testimonio, lo decía Derrida,
como inflexión entre lenguaje y acción, pone en evidencia que no hay lenguaje
privado; el testimonio une un duelo, el luto intrínseco de la experiencia
traumática en estos casos, al juego formal de lo convencional instituido; para
potenciarlo…o para deshacerlo.
En ese sentido, ha sido
claramente notorio en el transcurso del juicio, que en esa tradición clásica de
la indagación compuesta de testimonios, interrogatorios y narraciones y donde
además se concentra la energía de la constitución de la evidencia jurídica, las
querellas no solo focalizaron en el rastro histórico de los hechos, sino
también sobre las heridas de las personas, las familias y los grupos y
comunidades que los padecieron.
Padecimientos no sólo desde ese
instante de la suspensión del tiempo al preguntar ¿a dónde nos llevan? o el pedido de despedirse de su pequeño hijito
antes de que se lo llevaran…sino el terrible padecimiento de la figura del “desaparecido”,
que es sencillamente imperdonable.
Porque suspende el tiempo y fue creada, como una inmensa operación sutil y
refinadamente perversa, precisamente para que sus efectos sean prolongados y
para mantener lo irreparable de la pérdida. Los acontecimientos del horror han
sido producidos como acciones a intervenir en la continuidad transgeneracional
y para producir transformaciones histórico-sociales irreversibles. Y así fueron
planteados en los alegatos.
Pero también junto a la familia,
los amigos, los vecinos, los compañeros, tuvo su lugar en la querellas, la figura del
militante. Los que sobrevivieron y los que no están. No desde un lugar
romántico, banal o moralizante, sino desde las elaboraciones reflexivas sobre
la propia experiencia, al convertir la situación de víctima en un acto de
reflexión.
Si desde lo jurídico, lo
histórico y lo político, el aporte de las querellas ha sido invalorable y
fuente de reparación esperada y esperable, es desde lo socio-cultural donde su
significancia se vuelve preciada, atesorada como lo que alimenta y da fuego a
estas nuevas subjetividades que los Juicios de Lesa Humanidad permiten
configurar y construir.
Porque es un camino a la
comprensión, a entender lo que nunca debió ocurrir, a restablecer las tramas rotas
de continuidad histórico-sociales, los desarmados lazos y vínculos sociales; en fin, todo aquello que nos hace ser y estar en
este mundo dispuestos a honrarlo…transformándolo.
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