- por Tina Gardella para el Diario del Juicio
“Recoger la palabra secreta, escuchar lo no testimoniado, ahí nace toda
escritura, toda palabra como testimonio” dice Giorgio Agamben.
Así lo hicieron,
evidentemente, los integrantes de la
Fiscalía. En su extenso y profundo alegato, han llevado adelante un recorrido por los
diferentes casos que representan las historias de vida truncadas en los CCD Jefatura y Arsenales.
Pero este recorrido, necesario y
propio de las prácticas jurídicas institucionalizadas, estuvo enmarcado no sólo
por los testimonios como valor de evidencia probatoria; más allá de lo
prolífico e incuestionable de la prueba, se relacionaron testigos, víctimas, imputados, lugares,
tiempos, espacios, hechos, momentos y además, lo no dicho; lo no dicho por
indecible.
Desde este lugar, se produjeron
nuevas significaciones al poner en acto estatutos íntimos puestos en público en
la audiencia oral y que fueran recogidos por la Fiscalía no para su
interpretación, sino para hacerlos dialogar con otros estatutos probatorios.
Como por ejemplo, con el conjunto
de fosas encontradas en el Arsenal. Más allá de lo contundente de la prueba, el
abanico de universos posibles en la construcción de la memoria, fue potenciado
en el alegato de la Fiscalía al dar cuenta del estudio y
análisis de los circuitos represivos y las lógicas operativas de secuestro,
detención y exterminio; pero sobre todo porque, dieron cuenta de las
identidades, de las problemáticas más cruentas que significa el tener
“identidades sin cuerpos y cuerpos sin identidades”.
Generados por un sistema perverso
que planificó y operó para estas dos categorías, el Arsenal y sus fosas
acercaron la idea de que conocer el destino de una persona desaparecida, lo que
constituye ya su identificación, no significa necesariamente recuperar sus
restos corporales.
Como centro de ejecución e
inhumación clandestina, el Arsenal se erige además en el símbolo del
ocultamiento, donde cadáveres que fueron quemados y removidos, sólo pueden
ofrecer pequeñas partículas que se agrandan en el simbolismo de representar la
imposibilidad de negar que la separación de cuerpo e identidad ha sido
producida por el accionar del Estado y que como tal los responsables de este
delito deben ser castigados y esos delitos deben ser reconocidos públicamente
por toda la sociedad.
Por otra parte, la identificación
de los doce cuerpos en las fosas comunes de Arsenales pudo dar cuenta de
circunstancias, historias de militancia, secuencias operativas y marcas
epocales que remiten a experiencias políticas, a proyectos sociales, a
identidades grupales, a un entramado de presente-pasado-futuro para una memoria
dinámica, compleja y en construcción permanente.
A diferencia de las guerras, la
desaparición de personas pretendía no dejar huellas. Los CCD estaban pensados
para no dejar rastros. El descubrimiento de las fosas clandestinas y el trabajo
de identificación del Equipo Argentino de Antropología Forense permitieron que
el ocultamiento no se consumara y que la incertidumbre de la familia no persistiera
en su rutina destructiva.
Puesto esto en los alegatos de la
Fiscalía, todos pudimos compartir que más allá de las diferencias y posturas
políticas, culturales o religiosas, la dimensión humana del sufrimiento se hacía
carne y estaba representada en el Arsenal desde lo más político de la crueldad:
la suspensión indefinida de la verdad para que sus efectos se transmitan de
generación en generación.
Objetivo que la Megacausa conjuró
desde un principio, sabiendo que más allá de las penas y castigo, la construcción
de Memoria, Verdad, Justicia es un camino que no tiene fin.
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