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Fotografía Elías Cura |
Mariela Roxana Ramos
En
la sala de audiencias, aún vacía, recuerdo las palabras de Ernesto Sábato,
quién presidió la Comisión Nacional de Desaparición de personas, en sus siglas CONADEP:
“Éste sufrimiento de seres humanos que lloran
aquí por sus hijos, por nietos, por hermanos. ¿Cuánto más tendrían que sufrir
los argentinos para poder comprender esta tragedia inmensa que llenó de
tinieblas la vida de la República?”
Tucumán
fue epicentro de la represión más intensa en el interior del país. Centros
clandestinos como la Escuelita de Famaillá, el Arsenal Miguel de Azcuénaga, el
ingenio Nueva Baviera, entre otros, forman
parte de los más terribles relatos.
“La acción sobre los cuerpos está centrada en
el suplicio como técnica de sufrimiento. Apoderándose de los cuerpos en el
ritual de los suplicios”, el pensamiento de Michael Foucault recorre la
lógica de una sociedad disciplinaria, desde su panóptico todo puede ser
vigilado y castigado.
Los
testimonios de las víctimas documentan la existencia de centros clandestinos de
detención y desaparición de personas, certifican que los detenidos estuvieron
confinados en esos lugares, identifican a los protagonistas de crímenes de
Estado cometidos contra miles de argentinos y argentinas.
En
la reconstrucción del relato histórico, la familia Pereyra, participa uniendo
fragmentos de una “arqueología de la crueldad y el horror”.
TESTIMONIO
DE CARLOS ALBERTO PEREYRA
Es
hijo de Alberto Pascual Pereyra, en su relato expresa: “Yo tenía doce años, estuve más de un mes detenido. Estuve detenido en
el ingenio que está en Famaillá, el ingenio Nueva Baviera.” Refiriéndose a
la situación de su padre explica: “Yo lo
oí en la tercera o cuarta noche, después no lo escuché más a mi padre. Pregunté
por él, pero nadie me decía nada. El año pasado identificaron sus restos en el
Pozo de Vargas”.
TESTIMONIO
DE JUAN CARLOS PEREYRA
Su
relato comienza con la descripción de su parentesco con Alberto Pascual
Pereyra: “Es mi tío, hermano de mi madre.
Crecimos como hermanos, hermanos de crianza.” A continuación relata los
acontecimientos de los días jueves 14 de octubre de 1975 y lunes 18 de octubre
del mismo año: “El jueves 14 de octubre
me dijo mi hermana Julia Pereyra que a las tres de la mañana se llevaron los
militares a mi hermano, le dijeron además que si seguía preguntando la iban a hacer
desaparecer. El lunes 18 de octubre, después de presentar un presupuesto, me
dirijo a tomar el colectivo para regresar a mi casa, en la esquina un camión
del ejército me para, me pide documento y me dice '¡este había sabido ser
hermano del terrorista!’. Me pegan un culatazo en la cabeza, veintinueve días
estuve detenido”.
Los
testimonios de las víctimas permiten saltar un muro de silencio. El hablante se
inscribe permanentemente en el interior de su propio discurso y al mismo tiempo
inscribe allí al “otro”. Nombres con el tiempo y el espacio suspendidos,
actualizados en la palabra que quiere ser oída.
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