Por Ana Molina //
Pedro Roberto Córdoba fue una más de las víctimas que dio su testimonio el 12 de agosto en el Tribunal Oral Federal.
El hecho por el que declaró ocurrió en junio de 1976 en Tucumán. En ese momento Pedro tenía 26 años y era estudiante. Solía tener la misma rutina: salía tarde y volvía a su casa a dormir. Vivía en casa de su madre, era una casa larga y él ocupaba la parte de atrás. El día que a Pedro lo secuestraron, en el lugar se encontraba su mamá y su hermana.
Como cualquier otro día él volvió de estudiar y se estaba por acostar cuando sintió unos golpes muy fuertes en la puerta de entrada. Fue a ver y comprobó que la puerta estaba destruida, entraron alrededor de cuatro o cinco hombres encapuchados y armados. Cree que eran militares.
Cuando lo vieron lo golpearon y le vendaron los ojos. Mientras eso sucedía encerraron a su mamá y a su hermana en otra habitación de la casa. A él lo sacaron a la calle donde lo esperaba un auto: un Ford Falcon verde. “Eran los autos del terror”, dijo.
Lo tiraron a golpes en los asientos de atrás del auto. “No hay palabras, hay golpes todo el tiempo’’, dijo Pedro en su declaración frente al Tribunal. Le quitaron todo: el cinto, el reloj, la billetera y lo llevaron a un lugar que, según recuerda, no estaba lejos. Cuando lo bajaron del auto le hicieron subir una escalera ficticia. Le decían ‘subí que hay un escalón’, en realidad no había nada. Para Pedro, eso fue como un calentamiento previo.
A donde lo llevaron estaba solo, vendado y atado de espaldas. Días después lo pasaron a otro espacio. “Un cuartucho”, describió Pedro. Se dio cuenta que era el lugar de las torturas. Allí se encontraban alrededor de 30 o 40 personas y sentía gritos por todos lados.
Luego lo trasladaron a otro lugar muy iluminado. A través de la venda le conectaron unos cables por los que le daban electroshock, que hacía que se desmaye. Para que reaccionara le daban patadas todo el tiempo.
Al día siguiente cuando estaba en el ‘cuartucho’ logró correrse un poco la venda y se dio cuenta de que se encontraba en lo que era la Jefatura de Policía. No sabe con seguridad el tiempo pero lo trasladaron a un edificio donde había otras personas en su misma condición, esposados y vendados, estuvo en ese lugar hasta el día en que lo largaron.
Comentó que todo el tiempo en ese lugar había un constante tráfico de personas, los llevaban, torturaban, los traían de vuelta y así sucesivamente. Incluso había mujeres, y al relatar eso comentó: “se especializaban en hacer gritar a las mujeres. Cuento todos estos detalles porque son imborrables”.
En ese lugar había alrededor de 20 personas. Mientras estaban ahí todo el tiempo les pegaban en la cabeza, estaban mal alimentados y pasaban mucho frío, no les permitían hablar ni hacer muecas. Las personas no tenían nombre sino un número identificatorio.
El 21 de junio lo subieron en un auto e hicieron un viaje corto. Lo dejaron en la vereda de su casa y desde entonces intenta retomar su vida ‘normal’.
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