- por Ana Melnik para el Diario del Juicio
PH Archivo HIJOS 20 años
“¿No
es hora de darnos un abrazo simbólico, aunque sea a través de un acto y un
monumento conjunto?” Con estas palabras, Ricardo Bussi, concejal por el Partido
Fuerza Republicana, hijo del genocida Antonio Domingo Bussi, interpela a la
sociedad tucumana.
A
un mes de iniciado el Juicio por la Megacausa Operativo Independencia, el
Partido Fuerza Republicana presenta un proyecto en el Concejo Deliberante para
la creación de un “Monumento a la Reconciliación Nacional”. La “casualidad” es
grosera e insultante. Después de cuarenta años, los herederos y defensores del
terrorismo de Estado apelan a los mismos recursos perpetrados por la logística dictatorial:
los simbólicos. Ricardo Bussi plantea una reconciliación o “abrazo simbólico”,
cuya expresión sería un monumento. Este gesto tendría una función “reparadora”,
ayudaría a “sanar la mayor fragmentación y herida de la historia argentina
reciente”.
¿Cómo
borrar la memoria de nuestros desaparecidos, de todas las víctimas del
genocidio? ¿Cómo contrarrestar el hecho de que Tucumán, efectivamente, a través
del Operativo Independencia, fue la prueba de laboratorio de lo que sería la
dictadura cívico-militar más atroz de nuestra historia?
Sosteniendo
la misma dinámica de manipulación de la opinión pública mediante un discurso
justificativo que, además, encuentra convenientemente eco en los slogans
políticos que circulan en el contexto actual, como el de “unir a todos los
argentinos” y tantos otros que apuestan por un mensaje intencionadamente
apolítico, por el vaciamiento de contenido ideológico, por la supresión
“superadora” de las diferencias políticas.
Debemos
resaltar que este proyecto de monumento no viene sino acompañado de su debida
apología hacia el accionar de las fuerzas armadas y policial de Tucumán durante
el Operativo Independencia, más adelante extensiva a lo que sería la dictadura,
un año después: la provincia era un “campo de batalla”, hubo una “guerra”.
Este
relato, reeditado hoy, una vez más, fue –y es- una narración, una construcción
ficticia de los responsables del terrorismo que se ejerció desde los fueros del
estado desde el año ´75, difundida masivamente por los medios de comunicación.
La
coacción y la represión social no se ejercieron exclusivamente por la fuerza,
por la violencia sobre las subjetividades, sobre los cuerpos, sino también
desde lo simbólico, desde el discurso, desde la palabra.
Era
necesario –fundamental- un relato que ocultase y justificase un accionar muy
concreto, un plan sistemático de exterminio social. Pensemos en el Tucumán de
los años ´60, de principios de los ´70: un foco de la vanguardia política,
intelectual, cultural en el norte, con un movimiento obrero, estudiantil altamente
organizado. Todos estos sectores fueron las víctimas directas de la
intervención militar en la provincia; las verdaderas secuelas de la acción de
las fuerzas represivas fue la de una población a la que se diezmo, exterminando
a sus luchadores y luchas políticas, a su militancia, reprimiendo sus ideales y
movimientos sociales, su cultura, coartando a una sociedad en su conjunto. Este
fue el objetivo del terrorismo estatal, su marca indeleble.
La idea de reconciliación
aunada a la de un fin del supuesto “revanchismo” hacia los genocidas, tiene
ahora su cristalización material en este proyecto de monumento a modo de abrazo
simbólico.
La
idea de reconciliación simbólica es una abstracción absurda e inviable que nunca
podrá reemplazar o empañar a la acción de la justicia, al hecho de que los
genocidas están compareciendo judicialmente por sus crímenes, a las condenas a
los responsables de la dictadura cívico-militar, a los represores y a sus
cómplices que, arrogándose ilegítimamente los poderes del Estado,
sistematizaron y ejecutaron un plan de exterminio.
La
memoria, el acompañamiento a los juicios, la reivindicación de la lucha, el
recuerdo de los desaparecidos, la presencia tangencial, constante de nuestro
pasado histórico reciente son la respuesta a este gesto grotesco, que tras un
intento de mensaje pacificador, justifica tanto a los crímenes de lesa
humanidad como a sus autores materiales e intelectuales.
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