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Un amor militante entre la dictadura y la represión.


Por Lourdes Correa //

Tucumán, 1977. Mariana Haydee Cisneros es una joven catamarqueña que se asentó en una pensión en Barrio Sur de la capital tucumana para estudiar agronomía. Antes de esto, vivía en una finca de Catamarca con su familia. Su hermano, Juan Alberto, la siguió. En ese entonces todavía estaba en la secundaria.

Ser un estudiante foráneo es una experiencia contradictoria: esa pseudo-independencia empodera, sin embargo, permanecer alejado de las personas a las que acostumbrabas e incursionar en un nuevo mundo, marca nuestras vidas.

Haydee vino desde una finca a enfrentarse a una ciudad como San Miguel de Tucumán, con una gran oferta cultural: cafés, teatros, librerías y, por supuesto, la universidad pública. Todas estas nuevas vivencias cambiaron algo dentro de ella, y por consecuencia de esta transformación interna, la catamarqueña decidió militar para defender su ideología política: el peronismo. A sabiendas que en ese momento Argentina y toda América Latina atravesaba una fuerte represión social por parte del Estado, fue valiente y no ocultó sus ideales.

En la pensión conoció a René Humberto Cruz, todos lo conocían como “Tucho”. Tucho era jujeño y estudiaba arquitectura, con él compartía la experiencia del desarraigo y, además, la militancia. Llegó un momento en el que la etiqueta de “compañero” comenzó a quedarles chica, entonces empezó su historia de amor. El amor, esa fuerza transformadora que nos vuelve frágiles y fuertes al mismo tiempo, que otorga cierta sensación de protección, aun en un contexto tan diferente. Juntos, quizás, se sentían invencibles.

Pero todo este frenesí de sensaciones cambiaría una noche de abril. En semana santa, al igual que todos los años, los estudiantes acostumbran a regresar a su lugar de origen para compartir el fin de semana cerca de su familia. No era el caso de Juan: había conseguido trabajar en una YPF de la capital tucumana y eso le impedía regresar a la finca en Catamarca con su hermana.

La noche del sábado santo Juan estaba solo en la pensión cuando escuchó que golpeaban la puerta. Se presentaron dos personas que preguntaban por Tucho.

“No está, se fue a Jujuy. No es de aquí”, respondió desorientado.

“¿Cuándo lo podemos encontrar?”, interrogó uno de los hombres, y explicó: “venimos de parte de su padre”.

En ese momento, Juan empezó a desconfiar de los sujetos. “No sé cuándo vuelve”, atinó a responder y entró.

Juan sabía que el papá de Tucho había fallecido años atrás, por lo que se alertó y decidió advertir a su hermana apenas regresó a Tucumán sobre lo sucedido.  Mariana y Tucho sabían que corrían riesgo y decidieron escapar juntos a Jujuy.

Los primeros días de mayo, como todos los meses, el papá de los hermanos Cisneros arribaba a la capital tucumana para dejarles el dinero que usarían durante el mes y algo de comida casera. Don Cisneros notó la ausencia de Mariana, pero Juan intentaba cubrirla; “Ya va a volver, está en la facultad”. Pasaron las horas y su hija no regresaba, entonces no tuvo más remedio que decirle la verdad: Mariana estaba siendo buscada por la policía y había huido en busca de refugio a la casa de Tucho en Jujuy.

Don Cisneros tuvo miedo. No dudó ni un minuto y esa misma noche fue en busca de su hija para regresarla a Catamarca. Sin embargo, el intento de resguardarla fue inútil. Haydee quería estar junto a su novio. “Quiero irme con Tucho”, repetía “Quiero estar con él”. Así fue que al corazón no le importó más la razón y dos días después convenció a su madre de acompañarla a Jujuy para regresar con Tucho. Para ese entonces, la comunicación se tornaba más complicada. Al mes siguiente su mamá decidió ir a visitarla para saber sobre ella. La noticia aguó su encuentro: Mariana y Tucho habían desaparecido.


La búsqueda de un padre desesperado. 

Al enterarse don Cisneros inició una intensa búsqueda para encontrar el paradero de su hija. Comenzó por el penal de Jujuy, en donde no le daban respuestas, luego siguió en Tucumán. En la Jefatura de Policías sostenían que no había detenidos por esas causas. La campaña frenética por encontrar a Mariana seguía en marcha.

Un padre nunca está preparado para perder un hijo, mucho menos para que le sea arrebatado. Cisneros no perdía las esperanzas y decidió vender su finca en Catamarca y comprar una casa en Yerba Buena para estar cerca y encontrar a su hija. El padre incansable no se daba por vencido.

Durante la búsqueda, conoció a una mujer que decía ser allegada al, por entonces, gobernador de facto, Antonio Domingo Bussi. Don Cisneros prometió regalarle su camioneta si ella lograba recolectar información sobre Mariana. Lograron entrar a la base, vieron a la mujer y los dejaron entrar en su camioneta, el oficial que los recibió dijo que intentaría averiguar algo. Días después llegó con un mensaje frío “no la busque más, su hija está muerta”, fueron sus palabras.


El dolor sigue vivo, pero la verdad se está construyendo.

Tucumán, 2023. Es la quinta audiencia por la megacausa Jefatura III por delitos de lesa humanidad. Afuera hace frío y está nublado. Juan está sentado frente a un tribunal que se encuentra presente por videoconferencia porque los aviones no logran aterrizar debido a la neblina. El hermano de Mariana, sigue en el esfuerzo de recordar detalles de lo que vivió en su piel desde la desaparición de su hermana. A lo largo del relato sus ojos se llenan de lágrimas, su voz se quiebra, sus manos se aprietan y luego secan su rostro. “Mi papá no quería hacer la denuncia” sostiene. 


En 2003, Don Cisneros fallece, y su esposa decide buscar una abogada para hacer la denuncia sobre la desaparición de su hija, Mariana Haydee Cisneros. En simultáneo, Juan leía una nota de La Gaceta, en la que relataba sobre las listas y documentos que Juan Carlos “El Perro” Clemente había robado a la policía. Clemente había sido secuestrado, luego liberado y finalmente cooptado. Las listas contenían nombres o sobrenombres de las víctimas y sus destinos: Algunas personas llevaban escrito “Libertad”, otras “Disp. PEN”, que significaba disposición del Poder Ejecutivo Nacional (es decir, habían sido blanqueadas en cárceles) y finalmente, las últimas, quizás con menos suerte figuraban con las siglas “DF” disposición final. En esa lista pudo reconocer el nombre de su hermana y su novio. 





La imagen lo devolvió al momento más duro de su vida. Todavía no puede olvidar la cara de su papá cuando tuvo que darle la noticia de que su hermana era perseguida. Mariana Haydee Cisneros decidió sobre su rol activista, pero no decidió sobre su final. Sus represores olvidaron que también fue hermana, hija, estudiante, pensionista y novia de Tucho, de quien poco se supo pero tuvo su mismo destino. Nunca sabremos cómo fue su historia antes y durante el terror. Mariana y Tucho no sobrevivieron para contarlo, y jamás podremos escuchar de sus labios el relato. La represión, en esta ocasión, venció a ese amor militante, pero jamás vencerá a la memoria, pues es la herramienta fundamental que nos permite construir la verdad por los que nos faltan. 











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