Por Fabiana Cruz
Ph Elena Nicolay
Ph Elena Nicolay
El día 10 de
febrero de 2017, Delina Ibáñez y sus hijas Gladys y Graciela Freijó, prestaron
declaración por Videoconferencia desde la 1º Cámara Federal de Córdoba, sobre
los hechos que perjudicaron a Héctor Manuel Freijó, en el marco del denominado
Operativo Independencia en la provincia de Tucumán.
La familia
Freijó, por el año 1976, estaba constituida por Héctor Freijó, su esposa Delina
Ibáñez y los cuatro hijos de la pareja (todos menores de edad). Vivían en la
localidad de Monteros.
El hombre que era
periodista y director de su propio diario, llamado “Claridad”, se había
embarcado en una investigación riesgosa acerca de un robo en una cooperativa que
señalaba como culpables a Enrique Atay (tesorero de la cooperativa) y Miguel
Ángel Moreno, en ese momento Jefe de la Comisaría de León Rougués, Monteros y actual
imputado por delitos de lesa humanidad.
La familia poco
sabía del tormento que estaba viviendo Héctor en aquella época. El hombre recibía
intimidaciones a causa de su investigación, pero no se lo había contado a
ninguno de sus parientes.
En una noche
del enero veraniego de 1976, la familia como de costumbre, cerró la puerta de
entrada a medias (debido al calor), la trabaron con una silla y se fueron a
dormir. Entre las 3 y 4 am del 18 de enero, un conjunto de hombres pateó la
puerta e ingresó con el objetivo de llevarse consigo a Héctor.
- ¡Freijó, Marengo quiere hablar con vos!-
enunciaron los hombres.
Domingo Marengo
era un teniente amigo de Héctor, “o por
lo menos eso era lo que parecía, ¿no?” relató Gladys a los jueces.
- ¡No entren que estoy armado!- soltó
Freijó.
- ¡Entregate o te matamos!- fue la
respuesta.
Todo parecía
una película. Estaba la vivienda en plena oscuridad, la familia entera
despierta y completamente asustada por los ruidos que ocasionaron los sujetos. Delina
pedía que por favor que no le hicieran nada su esposo “¡por los chicos, por los chicos!”, suplicaba. Cuando se lo
llevaron detenido a Héctor, en calzoncillos, Delina intentó salir con ellos
para ver hacia dónde se dirigían, pero uno de los sujetos le dio un culatazo y
la obligó a ingresar nuevamente en la casa. En eso, la mujer pudo reconocer a Miguel
Ángel Moreno, uno de los responsables del robo en la cooperativa, según la
investigación de Freijó.
Todo lo
sucedido fue presenciado por los hijos del matrimonio quienes tenían entre 16 y
2 años
Inmediatamente
la familia realizó la denuncia, y al otro día apareció en el domicilio de los
Freijó un militar de apellido Tolaba, que también era amigo de la víctima. El
hombre le comentó a Delina que Héctor había recibido amenazas antes del
secuestro, entonces la mujer decidió informarle acerca de la investigación que
éste llevaba a cabo, para explicarle cuáles eran los posibles motivos del
secuestro y las amenazas. El militar le pidió los libros que contenían todos
los documentos de la investigación del periodista y se los llevó. Cuando se
fue, Delina revisó el pantalón que su marido tenía la noche antes del secuestro
y encontró dos papeles anónimos, la mujer dijo que se encontraban en el bolsillo
trasero, doblados y envueltos en un pañuelo. Uno de los anónimos le decía a
Freijó que debía dejar de hablar con los militares o le iban a tirar una bomba,
en el otro le daban 15 días para que se fuera de Tucumán, de lo contrario lo
secuestraban.
Delina se dio
cuenta de que aquellos anónimos habían sido escritos en la Comisaría de
Monteros, ya que la máquina de allí tenía un defecto de tipeo que caracterizaba
sus textos, los cuales se evidenciaban en los anónimos.
Gladys Freijó,
la segunda hija del matrimonio, relató desde la provincia de Córdoba que desde
chica siempre admiró a su padre. “Mi papá
era la proyección que me hubiera gustado seguir”…“Lo escuchaba hablar y decía
‘cómo me gustaría, el día que sea grande, poder desempeñarme como él, con esa
soltura, esa sapiencia’. A mí me parecía que él hablaba tan bien… y hablaba
raro. Tenía términos que yo no tenía idea qué eran. Entonces como yo quería ser
como él, escuchaba sus conversaciones. Cuando él decía una palabra rara, yo la
anotaba y después buscaba en el diccionario para memorizármela”.
Aquélla
admiración por su padre y la costumbre de escuchar las conversaciones que
compartía con cualquiera, le permitió prestar atención al diálogo que éste mantuvo
con el militar Domingo Marengo dos días antes de su secuestro. Marengo recurría
frecuentemente a la casa de Héctor porque eran ‘amigos’, recuerda Gladys. Días antes su papá había recibido a una de
sus clientas en casa, la mujer era madre de dos chicos de apellido Sosa que
habían sido secuestrados. Esta señora le pedía ayuda a Freijó, ya que él tenía amigos
militares. Luego, en la reunión que Freijó concertó con Marengo, le comentó
sobre la visita de la mujer para saber qué había sucedido realmente con los
Sosa. El militar le respondió que los muchachos habían ganado unas apuestas a
sus vecinos en un juego de naipes; entonces éstos que perdieron, se enojaron
tanto que llamaron a la policía denunciando que los jóvenes eran unos subversivos,
y de esa manera fueron detenidos. Detrás de la puerta, Gladys escuchó cómo Marengo le confesaba a su padre que a uno de
los militares se le había ‘escapado’ un tiro. La mujer no recuerda bien la
conversación, pero entendió que alguien había muerto. Luego de que el teniente
terminara su relato, escuchó cómo su papá se enojaba y le decía “¡pero hermano… entonces ustedes son unos
asesinos! Mataron a una criatura, ¡puede ser un hijo tuyo o un hijo mío!”.
Con sus 14 años, Gladys se asustó y se fue rápido temiendo que su padre abriera
la puerta y la descubriera, por lo que no pudo escuchar más. Dos días después,
Héctor Freijó era secuestrado.
Tiempo después
de los hechos desafortunados, Gladys se cruzó en Monteros a un comisario de
apellido Almirón, que también conocía a su padre, y éste se detuvo a conversar
con ella. Luego de un par de palabras amigables le dijo: “Yo te voy a decir donde está enterrado
tu padre”. Ahora todo cambiaba, después de mucho tiempo de no tener
noticias, alguien confirmaba la muerte del periodista. Pero Almirón, no iba a
darle gratis esa información. La hija de Freijó debía entregarle una suma de dinero
que en ese momento no disponía. Entonces éste le dio un mes para que pudiera
juntar el efectivo pero, al cabo de tres semanas, Almirón falleció.
La esposa de
Freijó, Delina, comenzó a participar de las marchas y reuniones que hacían los
familiares de desaparecidos en la capital tucumana. Recuerda que las personas
de Monteros iban todos juntos y también volvían acompañados. En las marchas, la
policía los echaba de la plaza e inclusive un día los mantuvieron detenidos.
¿Por qué? Les preguntaban a estos. “Porque
ustedes están en averiguaciones”, les respondían los uniformados.
Las testigos
concordaron en que era de público conocimiento la participación de Miguel Ángel
Moreno en lo que refiere a las desapariciones de Monteros, “Él y Enrique Atay eran entregadores de personas, así como
secuestradores y cómplices de la represión en el pueblo”
Años después, la
hija de Freijó, Gladys, se encontraba conversando junto a Mario Olea, un sujeto
que era novio de su amiga, y cuando tocaron el tema de su padre, éste le dijo
que tenía que hacerle una confesión. Mario le contó que él había estado en la
colimba, custodiando a un militar, o algo parecido, y que un día un hombre le
sujetó el brazo y le dijo:
-¿Te acordás de mí?
- Cómo no me voy a acordar de la persona
que por primera vez me enseñó a usar un guante.
La persona era
Freijó. Además de su labor de periodista, sabía enseñar boxeo. En ese encuentro
le había pedido a Olea que le avisara a su familia que él iba a salir, no sabía
cuándo, pero iba a salir.
Han pasado 41
años y hasta el día de hoy, Héctor Manuel Freijó continúa desaparecido.
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