- por Tina Gardella para el Diario del Juicio
La habían llevado vendada a la cárcel después del martirio en Arsenales. No sabía dónde estaba y no quería conversar con nadie. “Tanto era el terror que tenía que no quería sacarme la venda de los ojos. Mis compañeras de celda pudieron convencerme con el pasar de los días, pero yo no quería ver nada ni a nadie”, dice Gloria del Valle, de La Florida, a quien la habían sacado de un baile donde tocaba el conjunto de su marido a los gritos de “subversiva peligrosa”.
Las muestras del terror se desnudan también en el corte abrupto de los vínculos con el mundo. Qué es sino la mirada. Porque el ver es natural, inmediato, indeterminado, sin intención; el mirar, en cambio, es cultural, mediato, determinado, intencional. Con el ver se nace; el mirar hay que aprenderlo. El ver depende del ángulo de visión de nuestros ojos, el mirar está en directa relación con nuestra forma de socialización, con la calidad de nuestros imaginarios, con todas las posibilidades de nuestra memoria, dice alguna semiótica de la mirada.
“Sabíamos que venían los interrogadores no solamente por el ruido diferenciado de botas y calzado común. Es que veíamos por debajo de la venda. Veíamos zapatillas y veíamos mocasines”, se escucha en varios testimonios en las audiencias. Pocas veces los testigos sobrevivientes hablan de “mirar”. Hay negación a “ver” como reaseguro de la supervivencia. “No quería sacarme la venda. Una vez, en el baño, me lo ordenaron y yo me negué. Me la sacaron de un tirón, pero aún así yo no miraba nada”, dice Diana, quien estuvo en Arsenales.
El salto de la vista a la mirada es un acto simbólico. Toda mirada configura, da nueva figuración. Lo sabía muy bien Luis Alberto Soldatti, desaparecido mientras cumplía con el servicio militar, cuando le comenta a su hermano Carlos que un oficial militar los había arengado hablando de los “traidores a la patria” y que lo había hecho sin sacarle la mirada…En su testimonio, Carlos recordó amargamente que la minimización que hizo de ese hecho comentado por su hermano desaparecido, es una culpa que lo acompaña hasta hoy…
La mirada, como la lucha entre lo dado y lo creado, también está en la escena del Juicio. Sobre todo en los Juicios de Lesa Humanidad, donde “el mirar” es una forma de construcción de Memoria. La pregunta, repetida por algunos defensores en los comienzos de la Megacausa con cierta carga socarrona “¿cómo sabe, como vió si estaba vendado”? insostenible desde su propia elementalidad, ya no se pronuncia porque el proceso recorrido hasta aquí ha sido suficiente para comprobar las diferencias entre el ver y el mirar. Y que, cambiando las condiciones de producción de la mirada, ésta se vuelve enriquecedora con la historia porque más allá del ver, “todo está guardado en la memoria”…
Vivimos entre quienes nos ven y a quienes vemos. Convivimos entre quienes nos miramos. Las miradas en las audiencias del Juicio, dan cuenta de ello. Por eso el Juicio es territorio y símbolo, lugar y habla, materia y memoria. Espacio de deseos de justicia pero también de prácticas concretas. Territorio entonces, cuya accesibilidad y vivencias son indispensables para la concreción de toda construcción social y de cualquier práctica democrática.
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