- por Fabiana Cruz para el Diario del Juicio
PH Archivo H.I.J.O.S Tucumán
“Esta es la verdad, no tengo porqué mentir. Es
bastante el sufrimiento que pasé y que paso… porque estoy sola en el mundo”
Blanca Estela García.
Blanca tiene
76 años y es una testigo sobreviviente de las atrocidades cometidas por la
represión en el marco del Operativo Independencia ordenado por María Estela
Martínez de Perón. A la fecha del 25 de noviembre de 2016, relató ante el TOF (Tribunal
Oral Federal) los hechos que la perjudicaron junto a su hermano Juan José
García “Tito”, la esposa de éste Nilda Zelarayán y Francisco Oscar Herrera que
por aquel entonces era su pareja.
Corría el
verano en el año 1976, el 17 de febrero de aquél año se encontraban en la casa
de la calle Libertad al 200: Blanca, Juan José, la madre ambos, Nilda, una pequeña
de 11 años y Francisco. En horarios de la madrugada, estaban todos durmiendo
cuando un grupo de personas fuertemente armadas ingresaron de manera violenta
al hogar, los pusieron contra la pared y comenzaron a preguntar por las
actividades políticas de Juan José. Lo que siguió fue la detención de éste, así
como también la de Blanca, Nilda que estaba embarazada y Francisco. Luego de
vendarles los ojos y atarles las manos, las cuatro personas fueron subidas a
dos vehículos separadamente y trasladados a la Jefatura de la Policía.
La mujer
recuerda que a partir de ahí, absolutamente todo lo que recibió fue maltrato.
En la Jefatura estuvo alrededor de dos semanas recibiendo torturas de las más
hostiles que se pueden imaginar. Luego la llevaron al CCD en la ex Escuela de
Educación Física –UNT- (hoy facultad) situada en el Parque 9 de julio, en donde percibió
que había más gente en las mismas condiciones que ella. Durante la detención en
este Centro Clandestino Detención, un día logró bajarse la venda y desde ahí la
imagen que vio le quedó grabada en su memoria para siempre: estaban todas las
paredes llenas de sangre.
Luego, fue
trasladada hacia la Escuelita de Famaillá, en donde los golpes, insultos,
denigración y humillación fueron una cuestión de todos los días.
Recuerda que
en todos sus traslados fueron tratados peor que animales. Los subían a
vehículos y los apilaban a todos juntos, en ningún momento dejaban de
castigarlos. “No éramos personas”, dice con tristeza. Blanca comenta que estando
vendada y atada, escuchaba las voces de algunos de los detenidos, entre los que
pudo identificar la risa de su cuñada Nilda Zelarayán una vez. Pero al que
escuchaba casi siempre era a su hermano Tito. Este tosía todo el tiempo porque
tenía problemas de asma. Ella siempre escuchaba cómo les pedía a los militares
que le llevaran agua o le dieran de comer, y estos a cambio lo golpeaban.
Después de la
Escuelita de Famaillá, estuvo en el CCD del Arsenal Miguel de Azcuénaga. En ese
lugar, escuchó una noche que los militares hicieron parar a un hombre, y este
comenzó a toser, por lo que supo rápidamente que se trataba de su hermano.
Recuerda que Juan José preguntaba a dónde se lo llevaban mientras tosía, y
luego sólo escuchó unas corridas y disparos. A partir ese día, no escuchó la
tos ni la voz de Tito nunca más.
Nuevamente la
mujer fue trasladada, esta vez al Penal de Villa Urquiza. Años después, se
enteraría por el testimonio de una ex detenida, que Nilda Zelarayán también
había estado en el mismo penal, y que en esas condiciones tuvo a su sobrino,
“un hermoso varón”, le habría dicho la mujer. Sin embargo, no se sabe nada del
niño hasta el día de hoy, por lo que efectivamente se cree que hubo una
apropiación del mismo.
Por último,
Blanca fue subida a un avión, en el que no olvida cómo sus captores abrían las
puertas del mismo y les amenazaban a todos los secuestrados con que iban a
tirarlos al vacío. Finalmente estuvo detenida en la cárcel de Villa Devoto en
Buenos Aires y fue liberada en 1979.
María
Graciela Rossi era vecina de Blanca y Juan José García al momento de los
hechos. La testigo contó ante el TOF, que en la fecha del secuestro y en horarios
de la madrugada, escuchó golpes fuertes primero y pudo ver luego desde la
ventana de su casa cómo un grupo de quizás 15 personas salía del domicilio de los
García llevando detenidos a Juan José, Blanca, Nilda y Francisco. María cuenta
con el registro en su memoria de que antes de esto habrían gritado “¡abran,
policías!”.
María
Graciela sabía que Tito tenía una militancia activa, el mismo había participado
del “Tucumanazo”, en marchas estudiantiles y cree que militaba en el FAS
(Frente Antimperialista por el Socialismo). Sin embargo, no sabe con exactitud
a qué se dedicaba “Es duro remontar 41 años.
Retrotraerme me pone en un estado de vulnerabilidad emotiva”, agregó. Contó que la madre de Juan José y Blanca, quedó con secuelas
psicológicas graves, que se encargó de buscar a sus hijos por todas partes sin
que esto le diera resultados favorables. A veces le agarraban crisis nerviosas
muy fuertes y la nena de 11 años salía desesperada a pedir ayuda a los vecinos.
Francisco
Herrera fue liberado luego de más de un mes de sucedido su secuestro. Por otro
lado, hasta el día de hoy no se sabe qué pasó con Juan José García y Nilda
Zelarayán y continúan desaparecidos. Tampoco hay noticias sobre el hijo de
ambos.
“Esta es la hija del extremista”
Paula María
José Paz tenía 13 años el día que secuestraron a su papá. Vivía con su padre y
8 hermanos, más una sobrina que se había criado como una hermana, en la calle
Santiago al 3000. Ricardo Benjamín Paz, el padre de la familia, fue uno de los
fundadores y militantes activos del Partido Revolucionario Demócrata Cristiano.
Tenía un compromiso social muy profundo, realizaba reuniones en su casa constantemente
y se preocupaba siempre por mejorar las condiciones del barrio Villa Luján. Le
decían “el gaucho” y su casa era llamada por sus amigos como “la laguna del
gaucho” ya que debido a su precariedad, se inundaba con las lluvias.
El Partido
comenzó a relacionarse con miembros del ERP (Ejército Revolucionario del
Pueblo), para unir las luchas, sin que los primeros utilizaran las armas como
forma de resistencia y combate. El gaucho acobijaba en su casa a algunos heridos del ERP y mantenía
reuniones con ellos.
“Pirucha, me
dijeron que me andan siguiendo. Y en cualquier momento me van a encontrar”, le
habría dicho un día a su esposa.
Una noche, comenzando
el mes de marzo del año 1976, se encontraban algunos de los hermanos en la
vivienda de la calle Santiago junto a sus padres. Paula cuenta que de
casualidad esa noche no podía dormir, y se pegó un tremendo susto al escuchar
golpes en el territorio de la vivienda. Corrió la cortina para ver qué estaba
sucediendo y vio a varios sujetos encapuchados y armados. Entró en pánico y quiso
salir pero quedó totalmente paralizada, sin poder moverse. Seguidamente uno de
los hombres se le acercó y la empujó a la cama junto a sus hermanas, las tapó y
les dijo que no miraran. Con 13 años de edad, tenía demasiado miedo de que la
abusaran sexualmente porque sabía que era una de las prácticas que los
militares y policías hacían durante los secuestros y detenciones. Luego de unos
minutos sintieron que les tiraron un cuerpo encima, se trataba del único de sus
hermanos varones que esa noche estuvo en el hogar. Uno de los encapuchados les
ordenó que contaran hasta 50 y recién podrían moverse. Al cabo de un momento
llegó la madre de Paula con una vela, puesto que los secuestradores les habían
cortado la luz, y les dijo que los hombres se habían llevado a su papá.
Como “el
gaucho” era muy querido por muchísimas personas, algunos se organizaron y
lograron que se oficializara su desaparición a través del diario La Gaceta,
muchos de ellos se animaron a firmar la denuncia temiendo las consecuencias.
Al cabo de un
mes (más o menos) de no tener noticias sobre su padre, una noche Paula lo vio
en el baño. Su madre lo estaba lavando en la bañera, el hombre se encontraba
completamente ensangrentado y sucio, lleno de porquerías. Le pidieron a la
adolescente que no vea, que vuelva después.
Al cabo de un
rato, cuando Ricardo Paz se encontraba limpio y vestido, pidió que por favor no
apagaran la luz, y comenzó a relatarles algunos de los episodios a los que se
vio sometido durante su secuestro. Había estado vendado, atado, recibiendo
golpes, “cachiporrazos” y picanas. Lo obligaban a tomar agua del inodoro, le
decían “cantá Gardel” mientras se burlaban de él y lo golpeaban. Quedó con
muchos problemas de salud tanto a nivel físico como psicológico culpa de las
torturas. Debió enfrentarse a numerosas operaciones en la rodilla e iba al
psicólogo del hospital público. Sin embargo nunca pudo reincorporarse
nuevamente al trabajo. “Curiosamente mi madre murió antes que él” decía Paula.
La familia
quedó muy estigmatizada luego de los hechos, no era fácil la vida de los hijos
de un ex preso político. Un día en la escuela una de las compañeras de Paula le
dijo “esta es la hija del extremista” frente a todos sus compañeros, por lo que
la joven intentó golpearla. Cuando volvió a su casa, le comentó lo sucedido a
su padre y este le dijo “hija, alejate de esa chica y perdónala”. La familia
era muy creyente y participaba de las misas que se realizaban en el barrio. Un
día después de la misa, volvía Paula con sus hermanas a su casa y vieron que
ésta se encontraba rodeada de vehículos de la policía. Cuando ingresaron,
notaron que estos sujetos les habían hurgado la ropa interior y también habían
destrozado todo a su paso en busca de material. La familia debió soportar durante
mucho tiempo la discriminación y el tormento de haber sobrevivido al Terrorismo
de Estado.
Con el
regreso de la democracia, el gaucho pudo volver al partido político y
recolectar información sobre los lugares en los que lo mantuvieron detenido. Se
enteró que estuvo secuestrado en la Jefatura de Policía y luego en el Centro
Clandestino de Detención que funcionaba en la entonces Esc. de Educación Física.
La madre de
los García murió en el año 1980 y Ricardo Paz en el año 1997 producto de un
cáncer terminal.
Paula dice
que nunca más volvieron a hablar del tema. Es difícil recodar y hay muchas
cosas que no están solucionadas. En los años posteriores a las desgracias,
realizó la Licenciatura en Historia y su tesis trató sobre el impacto del
Operativo Independencia en Villa Luján, particularmente el caso de su padre. “Lloré,
sufrí”, revivió la tragedia y tuvo su especie de duelo, que posiblemente es lo
que ahora le permite testificar en el TOF. Sus hermanos que se encuentran
vivos, por otra parte, no quieren declarar ni hablar. No se sienten en
condiciones de hacerlo. En palabras de Paula Paz: “emplearon el mecanismo del
olvido para poder sobrevivir”.
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