- por Tina Gardella para el Diario del Juicio
PH Elena Nicolay
-“Ay mi Dios, las cosas horribles que me han hecho, que no me quiero ni acordar”… dice la testigo que pidió protocolo, cuando se le pidió que relate acerca de su cautiverio. Y cuando todos nos disponíamos a escuchar las atrocidades sobre su propio cuerpo –que sí las hubieron porque por eso pidió protocolo-, dice: “Me han hecho ver a mi padre desnudo… todo desnudo y torturado delante de mí… yo le decía que sus hijos, mis hermanos, trabajaban en Arcor, no en la guerrilla, pero ahí nomás me dieron un golpe. La única vez que me sacaron la venda, fue para que vea a mi padre desnudo”.
Elvira es enfermera. De trato con la vida y la muerte como marca profesional, relata la detención de su marido, la aparición del cadáver acribillado de su pareja en un banco de la plaza Independencia y los seguimientos y controles de los que era efecto. Y se desarma cuando recuerda su propia detención junto a su pequeño hijo y las torturas a las que fue sometida atada de pies y de manos, con el cuerpo extendido como en una cruz. Aclara que dirá algo por primera vez; y dice: “por vergüenza no dije en mis anteriores declaraciones que me pasaban la picana por la vagina. Por vergüenza. Es la primera vez que lo puedo decir”…
Por videoconferencia desde el Consejo de la Magistratura, atestigua Elena. Cuando logra ver a su hermano secuestrado en la Jefatura y en calamitosa situación, éste le ruega que le pida al “Tuerto Albornoz” que “haga algo”. Eran vecinos. Como Elena estaba también en la “lista” de próximos operativos, se va a Buenos Aires con su pequeña hija a vivir como “parias” de la ayuda de las parroquias… y dice: “mi familia quedó destrozada. Y yo, tanto era el terror que tenía, que cuando veía un patrullero… (silencio)… me da vergüenza decirlo, me hacía pis encima”…
Desde los aportes realizados por los Equipos de Acompañamiento a Testigos, hemos aprendido a entender lo que significa que los testigos deben atravesar las barreras del pudor para poder narrar lo inenarrable, lo que no se puede ni siquiera imaginar.
El valor de decirlo en los Juicios no sólo es vital para el tejido jurídico en tanto opera como prueba, sino para el propio testigo que tiene que contar acerca de cómo su intimidad y por lo tanto su dignidad, fueron avasalladas. Pero también es importante para construir una escucha (de voces que se quiebran, de silencios que se hacen eternos, de manos que se refriegan, de interjecciones suplicantes, de miradas bajas…) que en tanto escucha atenta y escucha comprometida pueden hacerse cargo de parte de esa barrera de pudor que los testigos deben atravesar.
Hacerse cargo de parte de esa barrera interpela a preguntarnos: si la persona es por sí misma libre, dueña de sí, inalienable e inviolable… ¿quiénes y en nombre de quién pudieron romper el núcleo único, indivisible y aglutinante de una persona?
La pregunta por cierto abarca no sólo a los imputados, sino también a sus familiares y amistades que los acompañan y que, aunque se nieguen, también construyen escucha; quizás parcial y acotada, pero escucha al fin.
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