- por Gaby Cruz
Fotografía: Mikaela Domínguez
Hace unas semanas, casi un mes, esta cronista tuvo una extensa entrevista con las profesionales que integran el equipo interinstitucional de acompañamiento a testigos víctimas del terrorismo de Estado. En esa oportunidad las psicólogas compartieron sus experiencias y percepciones del compromiso que este trabajo implica. Compartieron, también, algunos conceptos e ideas que en cada audiencia del debate oral y público por la megacausa Villa Urquiza, quien escribe va percibiendo, recordando y resignificando.
En aquel momento la megacausa en la que se juzgan los delitos de lesa humanidad cometidos en el penal de Villa Urquiza (Tucumán) entre los años 1975 y 1983, todavía no había empezado. Hoy, pasada la quinta audiencia, algunas palabras toman más fuerza, más presencia y, quizás, otra dimensión. “Entonces, el testimonio tiene valor de verdad y eso es un plus de exigencia”, había dicho Luisa Vivanco cuando hablaba de las declaraciones testimoniales de los testigos víctimas. Aquellos que sobrevivieron al secuestro, a las torturas, a la muerte. Los que tuvieron que reinventarse, reconocerse, y seguir adelante buscando una justicia que los ayude a sanar.
En aquel momento la megacausa en la que se juzgan los delitos de lesa humanidad cometidos en el penal de Villa Urquiza (Tucumán) entre los años 1975 y 1983, todavía no había empezado. Hoy, pasada la quinta audiencia, algunas palabras toman más fuerza, más presencia y, quizás, otra dimensión. “Entonces, el testimonio tiene valor de verdad y eso es un plus de exigencia”, había dicho Luisa Vivanco cuando hablaba de las declaraciones testimoniales de los testigos víctimas. Aquellos que sobrevivieron al secuestro, a las torturas, a la muerte. Los que tuvieron que reinventarse, reconocerse, y seguir adelante buscando una justicia que los ayude a sanar.
El martes 7 empezó la ronda de testigos. Las expectativas estaban puestas
en que esta etapa inicie el 23 de setiembre, durante la segunda audiencia. Las
dos testigos que pasaron ese día hablaron de su paso por el penal de Villa
Urquiza y sus traslados desde los centros clandestinos de detención. Ambas
habían sido secuestradas, torturadas y son víctimas de delitos sexuales. “Esto
es un coito eléctrico”, contó Lilián R. que le decían mientras le aplicaban la
picana en los genitales. “No vas a poder tener hijos”, amenazaban los
torturadores. Lilián decidió no ampararse en el Protocolo de tratamiento a
testigos víctimas de delitos sexuales y declaró con la presencia de los
imputados.
Ayer, miércoles, llegaron a declarar solo cuatro testigos. Teresa S. fue la
última y la única mujer de la jornada que dio testimonio. Se sentó decidida en
la sala de audiencias y empezó a contar eso que hace años espera contarle a un
tribunal. Antes de ser ingresada al penal de Villa Urquiza la tuvieron
secuestrada en la ‘Escuelita de Famaillá’*. Las torturas fueron seguidas por un
interrogatorio sobre el paradero de Leandro Fote, un reconocido militante de la
provincia que se encuentra desaparecido. “En un momento se me caen las vendas y
lo veo, y le digo ‘usted fue el que me sacó de mi casa’. Ahí está”, dijo la
testigo señalando a su izquierda donde estaban sentados los imputados. “Es
Roberto Heriberto Albornoz”, aseguró. En ese momento el abogado defensor se
acercó al imputado que estaba sentado detrás e intercambiaron algunas palabras.
Teresa continuó con su declaración y dio detalles del traslado al penal de
Villa Urquiza. Habló del pabellón de mujeres que se había dispuesto en la
reconocida cárcel de hombres de la provincia. De la presencia de los nueve
niños que se encontraban compartiendo cautiverio con sus madres. De las mujeres
embarazadas que eran sacadas para dar a luz y vueltas a llevar con sus bebés
recién nacidos a ese martirio. De la comida de la que tuvieron que sacar trapos
sucios, ratas o en la que las pezuñas de vaca con pelo era la mejor opción. De
los turnos que hacían para bañarse con el agua apenas tibia que quedaba después
de bañar a los niños, porque era la única vez que recibían un poco de agua
caliente. De la manera en que calentaban la leche para los bebés con una
cuchara y una vela.
A Teresa le tocó atender, junto a otras reclusas, el parto de una de las
mujeres que estaba como ella en cautiverio. También, contó, le tocó bañar a una
señora mayor cuando llegó al penal con el cuerpo lleno de llagas. “Me decía que
no la toque porque le dolía”, recordó la testigo cuando hablaba de la mujer a
la que se refería como ‘la abuela Ema’. “Ella decía: ‘me pegaron, así vieja
como estoy me violaron’”. Y el recuerdo se hizo indignación. “Esos son los
pobrecitos estos que no se acuerdan lo que hicieron”, dijo señalando a los
imputados. “El ‘tuerto’ Albornoz, yo lo conozco muy bien. Él me secuestró”,
sentenció Teresa.
“Mentirosa”,
se escuchó desde el lugar que comparten imputados y defensores. Roberto
Heriberto Albornoz se había parado y estaba encima de los abogados que lo
defienden señalando a la testigo y gritándole 'mentirosa'. El público se puso
de pie. “Asesino, hijo de puta”, se escuchó casi en simultáneo. Un zapato fue
el elemento que uno de los familiares de la testigo encontró para manifestar su
repudio y su dolor. Un zapato que no alcanzó a pegar a nadie y que quedó sobre
el escritorio de los abogados defensores.
“Entonces, el testimonio tiene valor de verdad y eso es un plus de
exigencia” había dicho Luisa en aquella entrevista hace casi un mes.
“Mentirosa”, fue la palabra que detonó el incidente más grave en
estos diez juicios que se vienen realizando en la provincia. “Cuando alguien en
estas instancias, por las que ha esperado muchos años, relata lo que ha sido
una verdad negada socialmente, es muy fuerte que la traten de esa manera. Tanto
para la víctima como para el familiar”, fue la reflexión que una de las
integrantes del equipo interinstitucional de acompañamiento a testigos víctimas
del terrorismo de Estado compartió con esta cronista al final de la última
audiencia. Y la asociación con aquellas otras palabras dichas hace un tiempo
fue inevitable.
Con la sala desalojada, con el zapato en el escritorio como prueba
irrefutable de la impotencia ante el desparpajo de un genocida juzgado y
condenado en otras causas, el presidente del tribunal decidió levantar la
audiencia porque consideró que no estaban dadas las condiciones para que el
público reingresara. “La voluntad de este tribunal es que el debate se lleve
adelante con el público”, explicó el juez Carlos Jiménez Montilla.
Teresa había ironizado un par de veces diciéndoles “pobres viejitos” a los
imputados. Dijo que no tenía dudas que si tuvieran la oportunidad de volverlos
a torturar, lo harían. Que incluso eran capaces de, esta vez, matarlos.
Mientras se desalojaba la sala, Teresa recibió la orden de esperar en el lugar
que estaba. Así lo hizo, y cuando Jiménez Montilla comunicó la decisión de
levantar la audiencia ella volvió a hablar. “¿Se da cuenta señor Juez? Ellos
todavía tienen fuerzas para levantarse y seguirnos torturando”. “Sí, me doy
cuenta”, fue la respuesta del magistrado.
Afuera de la sala de audiencias los familiares esperaban. Algunos lloraban
mientras trataban de contenerse unos a otros. Al salir la testigo la abrazaron.
“Como a los nazis, les va a pasar, a dónde vayan los iremos a buscar”, cantaron
finalmente como una especie de ritual para darse fuerzas, para seguir, para no
decaer.
*Escuela Diego de Rojas en la localidad de Famaillá
donde funcionara el primer centro clandestino de detención de la provincia
Comentarios