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Soldados anónimos

Por Marcos Escobar para El Diario del Juicio

Ph Elena Nicolay
El día después de Navidad encontró a Rómulo Francisco Moreno cocinando para él y su familia. Lo encontró compartiendo con su esposa, el abuelo de ella, con sus tres hijas, con su suegro y con una cuarta hija que nunca conoció.
El 26 de diciembre de 1975 encontró a este trabajador de la zafra vendado, golpeado y secuestrado frente a toda su familia.
El pasado 18 de mayo declaró su esposa, Ramona Ester Fregenal. Ella relata ante el tribunal la traumática experiencia de ver entrar a un grupo armado a su casa y revolver todo el lugar mientras su compañero era llevado frente a sus ojos. Al salir a la calle se encontró con toda la cuadra llena de vehículos militares, entre ellos estaba el camión donde sería trasladado Moreno.
Primero fue llevado a la Escuela de Las Mesadas, el pueblo donde residía con su familia, luego el mismo camión lo llevaría hasta la base militar emplazada en el Ingenio Santa Lucía.
“Yo los vi ahí. Todos los vehículos que habían estado en la puerta de mi casa estaban estacionados frente a la base, pero ellos no me querían decir nada. El que me atendió ni siquiera me quiso decir su nombre. Yo no quise preguntar quién estaba a cargo, tenía mucho miedo, se sabía en el pueblo que estaban secuestrando gente y se sabía que ahí los tenían detenidos.”
A los pocos días, Roberto Antonio Moreno, sobrino de la víctima, le confesó a la testigo que él también había sido secuestrado y que lo habían golpeado para que dijera dirección de su tío “Gatica”, como era llamado Francisco en el pueblo.
El jueves 11 de mayo prestó testimonio Hortensia del Carmen Juárez en relación a su propio secuestro, pero su historia da a entrever el porvenir de Francisco Moreno. La testigo cuenta que fue secuestrada de su casa con solo 15 años y que fue retenida en un lugar que no puede reconocer porque estaba vendada de ojos, pero asegura que probablemente haya sido en el Ingenio de Santa Lucía. Allí había un hombre que al parecer estaba en un estado de locura por las torturas sufridas. “Gritaba todo el tiempo el pobre, les rogaba a los militares, les decía que su esposa estaba embarazada, que por favor lo suelten porque tenía que ir a cuidarla. Yo lo reconocí por la voz, no se el nombre, pero en el pueblo le decían “Gatica”. Un día no lo escuché más, los que nos vigilaban se cansaron de escucharlo gritar y lo llevaron afuera y lo fusilaron”.

Ramona Ester Fregenal esperó el regreso de su esposo un año, con cuatro hijas y sin trabajo, hasta que finalmente tuvo que mudarse a Buenos Aires para poder mantener a su familia. Nunca más supo el destino de su esposo.

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