// Por Tina Gardella
¿Qué tienen en común una ama de casa, un transportista de áridos, un ex delegado comunal y su esposa, una Lic. en Arte y su esposo? Que son familias atravesadas por el dolor de la pérdida, la ausencia, el arbitrario terror impuesto, la sinrazón de lo vivido. Sus historias configuran los testimonios de la Audiencia del lunes 22 de Abril.
Fátima Ester Maestu es la primera en testimoniar. Es esposa de Ernesto Néstor Juárez, secuestrado y desaparecido en 1978. Fátima tiene 68 años y relata que cuando secuestran a su esposo vivían en una casa de Av. Alem 1.285 de la capital tucumana. Tenían un bebé de 9 meses. Ernesto había sido secretario del diputado provincial Ramón Valenzuela hasta 1976 en que el golpe anula todas las instancias legislativas de la democracia. Estudiaba abogacía y había conseguido trabajo en una empresa privada. El 19 de setiembre de 1978 y después de una noche en que el bebé se enferma, salen temprano de la casa para ver al médico y de ahí a que le coloquen una inyectable al bebé. Se movían en su auto. Frente a la casa de la enfermera en calle La Plata al 1400 y a las 9.30 de la mañana, cuatro sujetos de civil, con gorras y fuertemente armados, lo sacan del auto, lo golpean con un arma en la cabeza y obligan a Fátima junto al bebé a tirarse al piso. A vecinos que se acercaban a ayudar, los echan violentamente. Se manejaban en 2 autos que parten raudamente por calle La Plata hacia abajo. Fátima comparte la sorpresa que tuvo en ese momento porque casi inmediatamente llegó la policía de la comisaría de la zona a pedirle que se retire y que deje el automóvil: sabían lo que iba a ocurrir. Los hábeas corpus, averiguaciones y denuncias que presentó nunca dieron resultado. Hasta que en 2012 los restos de Ernesto fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en una tumba NN del Cementerio de Choromoro, Trancas. Tenía impacto de balas en la cabeza, tórax, alambres en la cadera, manos y pies. Una pierna fracturada. En el lugar estaban también los casquillos de las balas y guantes. Lo común del terrorismo de estado en sus métodos y perversidad y la singularidad de una vida por la cual Fátima, su esposa, pide justicia por Ernesto y por los 30 mil desaparecidos.
Julio Roberto Castro atestigua a continuación. Tiene 86 años y buena memoria. Con orgullo comparte su condición de jubilado de la Legislatura de Tucumán y de haber sido presidente del Concejo Deliberante de Bella Vista. Para 1977 tenía una pequeña empresa de transporte de áridos. Un hecho violento compartido con su hermano y un trabajador es el motivo por el cual da su testimonio. En octubre de 1977 en horas de la tarde junto a su hermano Roberto y Leonardo Waldemar Carrasco, volvían de hacer una entrega de áridos en un camión cuando, cerca de las 23 horas chocaron accidentalmente a un automóvil Ford Falcon que estaba parado en la esquina de Av. Mate de Luna y Av. Colón. Entre los ocupantes del vehículo se encontraba el Teniente Primero Félix Arturo González Naya el cual descendió junto con otros hombres y una mujer y los bajaron violentamente. En el mismo camión fueron obligados a conducir hasta la Brigada de Investigaciones donde los pusieron en celdas separadas y fueron violentamente golpeados y torturados. Los acusaban de querer atentar contra Videla y contra el mismo González Naya. La realidad es que obligaron a que una hermana les diera dinero de la empresa para supuestamente comprar un automóvil Ford Falcon. Lo común de los hechos violentos para saquear y obtener dinero y la singularidad de Julio con las marcas físicas y emocionales de su memoria: un médico que lo deriva al Hospital Padilla para las fracturas por los golpes, la negación del personal del Hospital para atenderlo y la solidaridad del amigo Osvaldo Fierro que trabajaba en el Sanatorio Pasquini para que allí sí lo recibieran.
Memoria, verdad, justicia son los Juicios de Lesa Humanidad. Con el testimonio de Santos José Fermín Gallardo, la memoria y la verdad recobran su sentido más profundo. Es que el único imputado por su caso, el policía Arnaldo Enrique Abregú falleció en 2022 cuando ya estaba elevada la causa. La Fiscal García Salemi explicó de manera precisa y contundente, el derecho a la verdad que le asiste, jurídica y normativamente al testimoniante. Santos Gallardo se presenta como empleado público jubilado de 71 años. Había ingresado a la Casa de Gobierno con Amado Juri y cesanteado cuando Bussi ejerció de facto el gobierno. Vivía en Delfín Gallo con su esposa y 2 hijas. Se ganaba la vida vendiendo rifas y bingos. Relata que a fines de junio de 1979 cuando regresaba desde la capital tucumana junto a su hermano Carlos en el ómnibus de la empresa La Florida, fueron obligados a bajarse en un retén militar a la altura de Banda del Río Salí. Al revisar las pertenencias de los pasajeros, a Santos le encontraron en el maletín una revista peronista. Lo obligaron a romperla y lo subieron, vendado, a un camión que lo llevó a la Brigada de Investigaciones de la Jefatura de Tucumán. Su hermano pudo avisar a la familia. Fue sometido a golpes, torturas y simulacros de fusilamientos. Le rompieron el tímpano derecho. En ese lugar sentía voces, murmullos y quejidos. En los interrogatorios le preguntaban por Benito Romano, Domingo Coronel y otros sindicalistas de FOTIA que lucharon por la reapertura del Ingenio Esperanza. Fue liberado luego de 6 meses; lo dejaron en el Parque 9 de Julio. Lo común del terrorismo de estado en tanto todo atisbo de lucha sindical debía ser castigado y la singularidad de Santos de poder re significar su historia siendo 2 veces delegado comunal en democracia con la banderas de trabajo y dignidad.
Antolina del Valle Massa tiene 72 años y es esposa de Santos Gallardo. Recuerda con dolor esos años. No solo por lo que le pasó a su esposo. Sino porque había mucho miedo. Gente de Delfín Gallo que fue secuestrada y no volvía. Nadie preguntaba nada, nadie decía nada. Cuando conoció el secuestro de su marido, dejó con la familia a sus hijas de 6 y 4 años y en compañía de su padre fue a comisarías y a las dependencias de calle Sarmiento sin ninguna respuesta. Lo común del terrorismo de estado del ocultamiento y la negación y la singularidad de Antolina de atestiguar a pesar de expresar no querer volver a revivir el dolor de lo pasado.
Beatriz Amelia Torres Correa brinda a continuación su testimonio. Tiene 73 años, está jubilada, es Lic. en Artes. Relata que en vísperas de Navidad de 1978, a las 3 de la madrugada aproximadamente, dos personas vestidas de civil y con armas, se presentaron en su domicilio de Maipú 705 y manifestaron que debía acompañarlos. Allí vivía junto a su esposo Pedro Migliorini y sus 2 pequeños hijos. Estaba embarazada. Beatriz trabajaba en el PAMI y era ayudante en la cátedra de Ezequiel Linares en la Facultad de Artes de la UNT. Después de una mínima resistencia y negación, accedió ante la amenaza de llevar a toda la familia, incluidos sus hijos que lloraban desconsoladamente ante lo que estaba sucediendo. Fue llevada primero a la Brigada de Investigaciones y luego a la Comisaría para Mujeres de calle Buenos Aires al 400. Allí pudo conocer que también estaba Nelly Cainzo de Mitrovich, madre de Adriana Mitrovich secuestrada en 1977 junto a su marido Ricardo Torres Correa, hermano de Beatriz. El mal trato, la humillación y la degradación como seres humanos, era constante. Dormía en el piso. Después de una semana, fue liberada. Lo común del terrorismo de estado de disciplinar y castigar y la singularidad de Beatriz de no perder integridad ni dignidad al tener la clara certeza de que el motivo de su detención era la Misa por los detenidos-desaparecidos que habían organizado sus familias para la Navidad de 1978.
Completó la Audiencia el testimonio de Pedro Migliorini, esposo de Beatriz quien certificó lo expresado por ella y el dolor e impotencia de no poder impedir los sufrimientos que para su esposa suponía estar en esa situación. Situación que impactó de lleno en su estado físico y emocional.
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