Durante la primera audiencia, el Ministerio Público Fiscal
cierra su presentación mencionando a las 237 víctimas de este juicio. En las
pantallas de la sala corren diapositivas y se entonan los nombres de la lista
en la voz de la auxiliar fiscal Valentina
García Salemi y la del fiscal federal Pablo
Camuña. Mientras eso sucede, una oyente de la audiencia rompe en llanto, la
mujer a su lado la abraza, a muchos algo nos corre por el cuerpo, tal vez sea
angustia, pero justo ahí se cruza la esperanza que trae la apertura de este
juicio. Es largo el camino recorrido para llegar hasta este punto, en el medio,
la impunidad biológica hace de las suyas. El transcurso de los años se lleva
imputados, víctimas, testigos. Por ello, no hay más tiempo que perder.
En las diapositivas vemos los nombres de las víctimas, para
mencionar a quienes continúan desaparecidos se acompañan con fotografías de
estas personas. En algunos casos, sólo hay siluetas. No hay nombres, ni
imágenes para las víctimas de delitos sexuales (que a partir de diversos
antecedentes en otros juicios hoy se reconocen como delitos de lesa humanidad
en sí mismos y no como parte de la tortura) sólo sus iniciales.
La lista de víctimas es heterogénea. Hay dirigentes,
afiliados, simpatizantes del sindicato de alpargatas, de Luz y Fuerza,
municipales, textiles, de los ingenios. Hay estudiantes secundarios, de la
educación técnica, de la universidad. Se destaca el caso de Juan Ángel Nughes,
militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Tenía 14 años al
momento de su secuestro en Juan Bautista Alberdi, año 1976. Al día de hoy
continúa desaparecido. Hay docentes, contadores, amas de casa, arquitectos,
entre otros profesionales. Del total del listado, hay 84 personas que continúan
desaparecidas.
En palabras de García Salemi, la cosificación de las
víctimas es una característica para la operación del plan sistemático de
secuestro y desap
arición de personas. Quienes estaban involucrados en los
hechos desde el lado represivo, necesitaban deshumanizar a sus víctimas.
Lo más tenue era sacarles nombre y volverlos un número.
Termina la lectura, la última persona mencionada es Ernesto Néstor Juárez, un
vendedor ambulante de 26 años cuyos restos fueron identificados en 2013 en
Choromoro. A pesar de todos los esfuerzos hechos mediante el Terrorismo de
Estado para matar las ideas, creyendo que diezmando a toda una generación
podrían lograrlo, las mujeres sentadas en la primera fila del espacio asignado
para familiares de las víctimas gritan “Presentes” y levantan sus puños.
237 historias serán conocidas ante la justicia por primera
vez después de 48 años.
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