Por Fabiana Cruz para El Diario del Juicio
El día 2 de Junio la sala del
Tribunal estuvo conformada por un decoroso público: amigos y familiares de los
imputados por los delitos cometidos durante el denominado Operativo
Independencia. No es sorprendente, puesto que aquel día prestó declaración
Silvia Ibarzábal, hija del coronel Jorge R. Ibarzábal, cuya muerte fue en el
año 1974. Tampoco fue menos llamativa la presencia del concejal Ricardo Bussi (hijo
del ex represor Domingo Bussi condenado por crímenes de lesa humanidad, ya fallecido)
cuya presencia comienza a hacerse típica en circunstancias en las que sus
amigos cobran voz durante el juicio oral.
Silvia Ibarzábal es
vicepresidenta de la “Asociación Familiares y Amigos de Víctimas del Terrorismo
en Argentina” nombre peculiar y para nada inocente, puesto que trata de un
grupo de personas que relativizan las cifras de los desaparecidos y traen
consigo la farsante idea de “guerra” en lo que refiere a la situación política
de los años 70 en Argentina. Puede destacarse también el hecho de que en sus
ejes principales no se encuentran ni meras intenciones de iniciar averiguaciones
por los destinos de niños apropiados, los cuales admite la mismísima Silvia
Ibarzábal, fueron despojados de sus identidades en el contexto mencionado: “se
deben saber los destinos de esos niños” dijo al Tribunal, pero no es objetivo
primordial ni último de su agrupación. Dicha organización según cuenta Silvia,
comparte relaciones con familiares de desaparecidos. Un mes atrás en el
programa “Intratables” que se transmite por América TV, dijo que hoy se vive
mucho en el pasado y que entonces se hace necesario convalidar un solo discurso
para las generaciones actuales, transmitir la noción de que hubo dos bandos en
guerra. Esta idea que intenta disfrazar sus pretensiones de impunidad y que es generada
por un sector social determinado, pudo compartirla también ante los jueces,
argumentando que falta una parte de la historia que no fue contada.
La mujer prestó declaración en
un tribunal que se vio rodeado de carteles en el exterior con banderas
argentinas, con acusaciones a las Abuelas de Plaza de Mayo, además de una
escalofriante frase “Nunca fueron 30.000, ni fueron inocentes”, sumado a otros
carteles de la misma índole en el interior de la sala. De esta manera, brindó
detalles de los más precisos en lo que refiere a la muerte de su padre. Según
Silvia y sus allegados ideológicos, Jorge Roberto Ibarzábal fue asesinado un 19
de enero de 1974 por miembros del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y
estos previamente lo habían mantenido secuestrado por alrededor de diez meses.
Expuso detalles sorprendentes sobre todo lo que sabía durante la persecución
policial en la que su padre perdió la vida, antes y después de la misma. Por
último, brindó información periodística proveniente de la época. Cabe destacar que Silvia pudo
enterrar a su padre, que recuperó el cuerpo y seguramente realizó el ritual de
despedida. Mientras que hay un gran contraste con aquellos, “los del otro
bando”, que una vez muertos fueron desaparecidos, como ser el caso de Sergio
Dicovsky, acusado por Silvia de ser el autor material del asesinato. Dicovsky
fue desaparecido en el año 1974, en el mismo día en que murió Ibarzábal. No hay
detalles tan puntillosos acerca del destino del joven militante, pero lo cierto
es que Sergio ya no está y que no hubo una causa en su contra al momento de su
desaparición. No hubo un proceso judicial avalado, como no existió tampoco con
las miles de víctimas del Operativo Independencia en Tucumán.
Podría hacerse memoria sobre
el accionar militar y policial en Tucumán en aquella época, revalorando a los
centenares de testimonios recogidos sobre personas que afirman que fueron
secuestradas sin orden de arresto, a las que se allanaron sus hogares, se
torturaron con picanas eléctricas, cortes en el cuerpo, patadas, escupitajos,
golpes de puño hasta dejarlos inconscientes, baldazos de agua fría, hormigas en
el cuerpo, amenazas de tirar sus cuerpos al vacío desde aviones, traslados en
camiones como si fueran basura, más amenazas de muerte a familiares y amigos,
balazos en piernas, abdomen, cara, sin atención médica, sin higiene y sin
explicaciones de nada. Cuántos infinitos ejemplos monstruosos más de cosas que
sucedieron en cautiverios clandestinos; mujeres que fueron violentadas
sexualmente, niños separados de sus padres y otorgados a otras familias con la
complicidad de la Iglesia, individuos a los que la locura después de haber sobrevivido
al horror les provocó lentas y dolorosas muertes. Puede también hablarse de los
exiliados, de los que no se animaron nunca a hablar, de los que vieron cosas y
tuvieron miedo de decirlas, de los que fueron intimidados para callar, de los
perseguidos inclusive en democracia, de los que todavía no saben dónde están
los cuerpos de sus familiares, de los que sí saben y los encontraron en el Pozo
de Vargas o en fosas comunes, de los asesinados y los desaparecidos. Así, con
este par de cartas sobre la mesa, está el camino ancho y libre para decir con
total seguridad que no hubo una guerra ni dos demonios, que no hay justicia si
los responsables no cumplen condenas, que fue un plan sistemático de
exterminio, que se violentó familias, universidades, sindicatos, agrupaciones, a
militantes y no militantes, que los pueblos fueron arrasados, que el miedo fue
instaurado en toda la sociedad y que aún se siguen sufriendo las consecuencias.
La teoría de los dos demonios
quiere cobrar un mayor valor con estrategias discursivas aberrantes, se trata
de un contexto político que lo permite, de medios masivos de comunicación que
lo legitiman y reproducen, de una sociedad que ignora que para llegar a las
cifras con las que se cuentan (30.000 compañeros desaparecidos) hubo años de
investigación y de luchas, de conquistas sociales, de convertir todas estas causas
en agenda obligatoria del Estado.
Pero vale también decir que en
estos tiempos la unión resiste a la mentira, que las calles serán tomadas a
cada provocación y a cada intento de olvido. Que aunque intenten distorsionar
la verdad, envenenar la memoria, estará siempre un sector combatiente por los
que no están, por los que se fueron, por los sobrevivientes, por sus familias y
por toda una sociedad que dice al unísono: Nunca Más.
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