Por Andrea M. Acosta // El miércoles 26 de noviembre se aguardaba con muchas ansias. La esquina del tribunal se llenó pronto de retratos. La mañana respiraba ansiedad bajo el sol tucumano, mientras los rostros de los desaparecidos miraban desde las fotografías sostenidas por manos que no se cansan de esperar, por aquellos curtidos por el sol esperaron el histórico día.
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| FOTO: ALEJANDRO SARMIENTO PARA LA PALTA |
Hay rostros nuevos que alternan, rostros a los ya conocidos de organismos y militancias. Son de Famaillá. Familiares, vecinos, conocidos forman parte del entramado de víctimas y testigos que configuran lo que se espera sea el vigésimo séptimo juicio de lesa humanidad en Tucumán. Una espera casi eterna y un juicio que no llega.
La audiencia preliminar del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en "La Fronterita" comenzó con una sala dividida por un vacío. Del lado de los demandantes, cada asiento estaba ocupado. Del lado de los demandados, el silencio y la ausencia como únicos representantes.
Llegó la señora Díaz con un banderín. Se sentó en la segunda fila. En la primera fila sentó su bandera con los nombres de Pancho y Susana. Don Díaz presenció todos los juicios hasta que la muerte se lo llevó. Ahora su nombre también espera en tela. Por ello, la señora Diaz que tiene 73 años y lleva medio siglo buscando a sus hermanos, concurre a todas las reuniones donde se hace escuchar las voces de los desaparecidos.
La audiencia comenzó con una disputa procesal. La defensa de los imputados había solicitado que la audiencia se realizara a puertas cerradas, invocando el secreto como principio rector del proceso penal. Mariano Zavalía, secretario del Tribunal, leyó la resolución que rechazaba el pedido: "La recurrente se equivoca cuando enarbola el secretismo como principio rector del proceso penal. Por el contrario, la regla que rige en el sistema de enjuiciamiento penal argentino en la etapa de juicio es la publicidad como derivación del principio republicano de gobierno".
La sala permaneció abierta. La prensa permaneció a pesar de los disgustos que produjeron a los imputados y a sus abogados defensores. Los retratos siguieron mirando.
La jueza Karina Farías, de Santiago del Estero, tomó la palabra para explicar que no hay impedimento para avanzar. "Esta audiencia tiene fines ordenatorios", aclaró. "La fijación de fecha de juicio va a depender de la designación de un nuevo magistrado y de la agenda que compatibilicemos".
Pero fue el fiscal Pablo Camuña quien puso palabras a la urgencia que todos sienten. Sentimos.
Se inhibió. A lo que Casación debe definir un cuarto juez, un sustituto y quien reemplazaría a éste: el doctor Abdel Chamin de la provincia de la Rioja.
"Estas demoras que se vienen produciendo en la fijación del inicio del debate ya están generando una verdadera obstrucción del acceso a la justicia para víctimas de graves violaciones de derechos humanos", dijo, y su voz resonó en la sala como un reclamo que ya no puede esperar más.
Los números que siguieron cayeron como piedras al precipicio. “Desde que la causa está radicada en este tribunal, hace tres años, fallecieron víctimas directas Luis Antonio Robledo, Jesús Hipólito Aragón, Juan Nicolás Vázquez, Antonio Narciso Maciel, Juan José Zavala y Ricardo Reinaldo Mercado. Este año, solo este año, murieron sin poder declarar en juicio José David Costa, víctima directa y hermano de desaparecido; José Antonio Araya, hijo de desaparecido; José Eusebio Piculiche, hermano de desaparecido; y los testigos Juana Virginia Morales y Julio Manuel Rufino Jerez”, sostuvo.
El tiempo que no perdona a nadie
"Es una situación verdaderamente lamentable y requiere inmediata consideración", insistió el fiscal. "Hay por lo menos 33 testigos que al día de hoy tienen más de 70 años de edad, varios de ellos más de 80, y dos o tres tienen más de 90 años que esperan el inicio del debate oral para presentar sus testimonios"
La fiscalía solicitó que se fije fecha de inicio de debate antes de fin de año, que se priorice la declaración de los testigos mayores de 70 años por su situación de vulnerabilidad, que se incorporen los testimonios ya prestados en juicios anteriores para evitar la revictimización y que se apliquen los protocolos de acompañamiento a víctimas que el tribunal viene utilizando desde hace una década.
"Los testimonios son fundamentales", explicó el fiscal. "Quedarnos sin esas voces afecta directamente el contenido del debate. Nos vamos a quedar sin esas voces y el juicio va perdiendo parte de su materialidad. Son hechos llevados adelante en la clandestinidad, generadores de testigos únicos"
La respuesta de la jueza Farías recogió las inquietudes del fiscal y las querellas. "Tanto yo como la doctora Giordano no solo integramos este tribunal, sino que también tenemos las causas de nuestros tribunales y estamos designados en otras jurisdicciones”, se excusó la jueza y agregó: “hemos terminado un juicio muy grande que venía postergado desde hace mucho tiempo aquí en Tucumán. De parte nuestra es la predisposición absoluta no solo para que el juicio se realice, sino para que se realice en el menor tiempo posible".
Pero hay pasos procesales que no dependen de ellos, aclaró, Enumeró un puñado de ellos y remarcó la necesidad de esperar la designación del tercer juez que integrará el tribunal para este juicio. Solo entonces podrán fijar la fecha.
Del otro lado de la sala, la defensa de los imputados pidió pruebas. Pruebas de los hechos por los que son acusados sus defendidos. Solicitudes técnicas, periciales, cuestionamientos al proceso. El lenguaje frío del derecho frente al calor del dolor. Aquella alude responsabilidad del Ministerio Público Fiscal en la demora de la elevación a Juicio. Tal frívola como endeble aseveración no hace más que ratificar el desconocimiento de los procesos singulares y colectivos para narrar lo inerrable, lo clandestino, lo oculto de la represión llevada a cabo con complicidades civiles como sucede en este caso; añadiendo a esto el carácter complejo de los juicios de lesa humanidad en tanto el terror que dejó huellas profundas de olvidos y naturalizaciones que se van desarmando de a poco con el acompañamientos de proyectos y propuestas colectivas.
Mientras tanto, familiares, sobrevivientes y militantes escuchaban las deliberaciones con las marcas de la espera en sus rostros, surcados por el tiempo. Algunos con fotografías en las manos. Otros con la mirada fija en el tribunal, como si de tanto esperar hubieran aprendido a hacer de la paciencia una forma de resistencia.
De los cuatro imputados originales, dos ya murieron. De los 68 denunciantes, 33 ya no están. Murieron esperando que la justicia dijera sus nombres en voz alta, que reconociera oficialmente lo que sus cuerpos sabían: que el Estado argentino los torturó, los hizo desaparecer, los asesinó.
Pero sus testimonios quedaron registrados en juicios anteriores. Sus voces grabadas, transcritas, guardadas en expedientes que ahora serán leídas en voz alta cuando finalmente comience el juicio. Hablarán desde la muerte, como hablan desde las fotografías que sus familiares sostienen en cada audiencia.
Se han expresado la Fiscalía y querellantes. No hay margen para más dilaciones, la justicia tiene que ganarle a la muerte de víctimas y testigos, también de imputados.
La audiencia terminó con una promesa: el juicio comenzará apenas se designe al tercer juez. Podría ser antes de fin de año. O podría ser después. El tiempo, ese enemigo silencioso que ya se ha llevado a tantos testigos, sigue corriendo.
Los aplausos, suspiros, sonrisas del final de la audiencia operaron como respuesta a la jueza presidenta del tribunal al afirmar que están dispuestas a trabajar en enero, en feria, para llevar adelante este juicio. Aplausos, suspiros, sonrisas como respuestas, pero también como contrato, un contrato político-social que se activa en cada juicio de lesa humanidad y que en Tucumán ha dado sobradas muestras de tener resistencia y vigor.
Afuera del tribunal, bajo el sol tucumano, los retratos volvieron a guardarse. Las familias se abrazaron, aplaudieron por el histórico día. La señora Díaz enrolló su banderín con cuidado, como quien guarda algo sagrado.
Mientras haya alguien que recuerde, mientras haya una sola voz que siga diciendo sus nombres, la memoria no morirá.

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