Por Tina Gardella //
La frase es recurrente en quienes atestiguan en la audiencia del lunes 25 de marzo. Explícita o implícitamente, las consecuencias por las que tuvo que atravesar la familia de quien fuera secuestrado, detenido, muerto o desaparecido, se resume en que hijos, hijas, esposas quedaron con sus vidas pendidas de un hilo muy fino, en una situación extrema que les impidió “ser alguien”. La frase conecta con lo más tradicional/cultural de nuestras comunidades. Ser alguien en la vida es el mayor legado de padres a hijos. Y tiene que ver con la dignidad de ser dueño de los actos que construyen identidad.
Fotografía de Elena Nicolay |
Atestigua en primer término Nélida del Valle Rojas. Es esposa de Francisco César González, dirigente sindical del Ingenio Concepción. Su caso está relacionado con el de Guillermo Benito Rodríguez, delegado gremial de los obreros del surco del Ingenio Concepción y por el que atestigua su hija, María Juana Rodríguez. Ambos son secuestrados en setiembre del 77. Ambos están desaparecidos. Relata Nélida que un grupo de personas armadas y encapuchadas irrumpieron violentamente al domicilio en Banda del Río Salí en la madrugada del 6 de setiembre de 1977; que Francisco se puso la camisa, se calzó el pantalón y se puso el saco que estaba en el ropero, porque usaba siempre saco –aclara. Buscaban armas, pero se llevaron fotos. Lamenta el cuadro de la foto del casamiento. Había que casarse y tener foto en la pared. Había que ser alguien.
Cuando atestigua María Juana, da cuenta que ese mismo grupo de personas armadas y de civil que había secuestrado a Francisco César González en Banda del Río Salí, llegaron hasta su casa en Colonia 9 de Luisiana, Dpto. Cruz Alta. De allí se llevaron a su padre, Guillermo Benito Rodríguez; tras romper puertas y ventanas; delante de sus 5 hijos; vendado. Dormían en la misma pieza grande como era lo común en las casas del ingenio. Juana –de 18 años- era la mayor y quien acompañaba a su madre ante las comisarías de La Florida, Tafí Viejo, Famaillá, La Cocha. Hasta en el Regimiento fueron a preguntar. Presentaron Hábeas Corpus y todo con resultado negativo. Se quedaron sin sustento por lo que ella trabajaba en dos lugares y su madre vendía rifas para poder tener comida para sus hijos. Pero como nada alcanzaba, su madre cayó en un pozo depresivo del que pudo salir para no dejar de ser alguien. Pero la preocupación de Juana también está en reivindicar a su padre pelador de caña que con toda la familia iba al surco para tener el pesaje exigido por el ingenio para no perder el salario familiar ni la leche para los niños. A ese padre que peleó y obtuvo mejores condiciones de vida para los obreros golondrinas. El juicio le permite que su padre no deje de ser alguien.
Raúl Ramón Pérez tiene 71 años y relata su caso. En 1977 tenía 24 años y trabajaba en un taller de chapa y pintura. En los primeros días de julio un grupo de militares armados ingresaron al domicilio donde vivía con su madre en calle Matienzo al 800. Hacia el frente de la casa, alquilaban para una sede del partido peronista. En esa madrugada, lo sacaron vendado y en ropa interior. Pudo reconocer que lo llevaban a la Jefatura de Policía y que lo tuvieron en un salón grande donde había otras personas que no pudo reconocer hasta que lo liberaron después de 25 o 30 días. En la sala de audiencias, Raúl está sentado con la cabeza erguida. Nada que ver con la orden que recibía permanentemente en su cautiverio: no levantar la cabeza. Ser alguien –seguramente piensa- es poder tener siempre la cabeza levantada.
Fotografía de Elena Nicolay |
Fernando Eudoro Ruiz tenía 11 años cuando un grupo armado secuestró a su padre Fidelino Wuertel que era pelador de caña y delegado gremial de los obreros del surco del Ingenio Concepción. Vivían en Banda del Río Salí. El 20 de junio de 1977 un grupo de civil, fuertemente armado, con ponchos rojos y pañuelos blancos tapándose la cara, irrumpió violentamente rompiendo puertas y ventanas. Delante de los 5 hijos y su madre, vendaron y ataron de pies y manos a su padre y se lo llevaron en los autos Falcon en que se movilizaban. La familia empezó un calvario porque su madre preguntaba y andaba por todos lados para dar con una respuesta. Hasta la fecha, su padre sigue desaparecido. A partir del secuestro de su padre, la vida se reducía a trabajar y sostener la familia. Fernando es vendedor ambulante y sostiene que de no haber sucedido la desaparición de su padre, hubiera podido estudiar para ser alguien.
Mercedes del Carmen López es la hermana de Bernardino Alberto López. Tiene 72 años y relata que Bernardino era el mayor de los hermanos. Que lo sacaron de la cama una fría madrugada de julio de 1976. Bernardino vivía junto a su madre en la calle Suipacha al 2.500 y trabajaba en una carnicería en el mercadito de Villa Luján. Mercedes, que se había casado y ya no vivía en la casa materna, acompañó a su madre en el periplo de saber qué había pasado con su hijo. Su madre lloraba y lloraba, pero tenía fresca en la memoria el momento en que cerca de 20 hombres encapuchados y fuertemente armados, algunos con uniforme militar y otros de civil, rompieron el portón de entrada e inmediatamente llevaron a Bernardino. Relata que su madre asistía a las reuniones de madres y familiares que estaban con una situación similar en una iglesia cerca del Hospital de Niños, hasta que un día el sacerdote les dijo que no los busquen más porque todos están muertos. Detalle: el día del secuestro de Bernardino se llevaron toda su ropa, porque él se vestía bien, con ropa fina. Trabajaba. Había que ser alguien.
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